Capítulo 51

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51: Puto infiel

***

Me parezco mucho a mi padre, quizá demasiado. Más de lo que me conviene. Algunos dirían que me lo tengo que tomar bien, que es algo bueno que cada vez que me mire al espejo lo vea a él. Pero, desde que tengo consciencia, eso solo me ha traído problemas.

Y más cuando era adolescente. Mamá lo negará, pero sé que una de las razones por las que nuestra relación estaba tan deteriorada era porque, en el fondo, yo le recordaba a papá.

La mejor parte de parecerme a él, probablemente, era lo mucho que me daban igual las cosas. En general, claro. Aunque tal vez no estuviera tan bien.

—Has dado el puñetazo mal —me riñó Oscar. Miré hacia arriba con el ceño fruncido. ¿Quién le había pedido consejo?

Me habían hecho sentarme en una silla, bastante incómoda por cierto. Todos seguían bailando y riendo como si nada hubiese pasado, pero notaba las miradas que me echaban por encima del hombro. Y más Rick, aunque él parecía tomárselo más con humor.

—El que te di a ti sí que lo di bien —mascullé, acariciándome los nudillos, enfadada conmigo misma.

Oscar soltó una risa entre dientes antes de sentarse a mi lado. Lo miré de reojo haciendo una mueca. Quería a Oscar, pero lejos.

—¿Qué crees que diría Richard al saber que su hija tiene algo con la hija de su, ahora, esposa? —preguntó, de repente. No me tensé, ni siquiera me importó. Oscar ladraba mucho y mordía poco.

—Estaría encantado —respondí secamente.

Volvió a reírse.

—Es broma, yo no soy un chivato —me dijo y lo ignoré, posando mi vista en mis nudillos, nuevamente.

Rachel no me hablaba. Desde el puñetazo me había estado ignorando, no sé por qué. Pensaba que ella era la primera persona a la que le caía mal su padre.

Me sentía como una estúpida. Y quería irme a casa. Pero no quería dormir. Simplemente tumbarme y cerrar los ojos, porque siempre que soñaba volvía a verlo y la sensación al despertarme luego era algo insoportable.

—Celia —me llamó Dallas mientras caminaba hacia a mí. Lo miré inmediatamente y vi que venía trastabillando un poco, seguramente por el alcohol, pero muy preocupado—. Me han dicho lo que ha pasado. ¿Te duele el puño?

Se arrodilló frente a mí, tomando delicadamente mi mano. Ni siquiera noté a Oscar irse. Asentí. Al verlo allí, con el pelo tan rubio como el de papá y aquel rostro que mi padre solía poner al verme con las rodillas rasguñadas, tuve que bajar la cabeza para contener las lágrimas. ¿Por qué tenían que ser tan parecidos? Aunque en el fondo sabía que no eran la misma persona, en ese momento me convencí a mí misma de que ambos compartían la misma esencia. Necesitaba desesperadamente el abrazo de mi padre, y como él no podía ofrecérmelo, me vi obligada a buscar consuelo en Dallas.

—Ay, Celia... —suspiró cuando notó cómo lo atraía hacia mí para abrazarlo. Escondí mi rostro en su cuello, cerré los ojos y por un instante olvidé que no estaba abrazando a la persona que realmente deseaba. Él acarició mi espalda lentamente antes de ayudarme a levantar—. ¿Quieres salir a tomar el aire?

Asentí, y él me sonrió mientras rodeaba mis hombros con su brazo, guiándome fuera de la amplia sala y dejando atrás la música y las voces. Recorrimos el largo pasillo hasta llegar a la puerta de entrada. Ya era de noche y a pesar de que hacía un poco de frío, no me importó.

Dallas se recargó en la pared y sacó un cigarro del bolsillo de su americana; luego, tan perezosamente como había sacado el cigarrillo, sacó el mechero.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora