Una niña desaparecida hace treinta años.
Una escritora en busca de un tema para su segundo libro.
Un misterioso bloguero empeñado en destapar la verdad.
Una mujer y su esposo moribundo.
Dos gemelos extraños dueños de un poderoso secreto.
Una histor...
Los primeros rayos de sol, suaves como pálido terciopelo, se asomaron al cuarto y encontraron los ojos avellana de Charlie abiertos y enrojecidos sobre la almohada solitaria.
A lo largo de todas aquellas horas de desasosiego e incertidumbre, había llorado, había mordido su enfado, había encontrado amparo en el vacío de la memoria en algún momento antes del amanecer. Su cuerpo no había descansado y se sentía agotada y herida, extraña y también vacía.
¿Qué era lo que había sucedido en realidad?
Se incorporó sobre el lecho y miró alrededor.
Joel había pasado la noche fuera de la habitación, supuso que sentado en el sofá, vestido con la misma ropa del día anterior, como ella. Había confiado en que él comprendiese que con el portazo le había dicho lo que no había podido expresar con palabras: que no quería verlo, y él, atento y observador como era, lo había entendido perfectamente y había respondido como ella esperaba, no dejándose ver.
¿Había sido un pelea normal?
Aún no quería ahondar en eso. No podía ahondar en eso. Seguramente, no debía pensar en eso todavía, porque aún estaba muy enfadada con él.
Cuando salió de la habitación y vio que Joel no estaba, sintió alivio y cierta desazón. Cuando se dio cuenta de que él se había llevado la maleta y las llaves del coche, volvió a preocuparse, pero no como lo hubiese hecho en otras circunstancias. Joel le había dicho cosas horribles, cosas que ella todavía no había podido asimilar. Su mente se cerraba una y otra vez sobre las mismas palabras:
Miedo. Avanzar. Vida real. Jamie. Loca.
Lo peor era que no le había dicho la palabra con ele con la boca, sino que se la había leído en los ojos.
Había creído que él la entendía. Que estaba de su parte, a su lado. Le había contado lo de Jamie porque creía que Joel era la única persona en el mundo capaz de entender algo así sin juzgarla como lo que no era.
¿De verdad su prometido, el hombre con el que vivía y con el que pensaba casarse, su alma gemela, creía que ella estaba desequilibrada, que Jamie era fruto de un delirio que estaba tardando en tratarse?
¿Cómo se atrevía?
¿Quién era Joel, en realidad?
Se sentó en el sofá, frente a la caja de pizza abierta, que olía a queso frío, y observó el anillo de compromiso en su anular con aire muy serio. Le pareció la promesa de una soledad y un silencio que sabían a perpetuidad.
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—No creo que siga adelante. Si es lista, no lo hará.
La alcaldesa Barnes, sentada a la mesa de su despacho, hablaba en voz baja con alguien al otro lado de la línea del teléfono, al amparo de una lámpara que desplazaba las sombras de las contraventanas, por alguna razón a medio abrir a pesar de lo soleado de la mañana.