8.- Leche negra

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Aquella noche, Henrik entró en la cocina de su casa con una sonrisa. Se había entretenido vistiéndose apropiadamente, así que la mesa ya estaba puesta y su familia sentada para la cena, pero nadie se lo reprochó. Tampoco él dijo nada, aunque se sorprendió mucho cuando vio que los invitados eran dos, pues había esperado solamente al amigo de Vernon.

El segundo invitado era corpulento y alto, y negro, por lo que dedujo que era el padre de Tommy, presente también allí. No fueron presentados, pero como a su esposa no le gustaban las interrupciones cuando la señora Yu estaba sirviendo la cena, optó por respetar el que Ingrid hubiese cedido a su invitado su lugar, en el extremo de la mesa. A veces, cuando ella se enfadaba tenía ese modo de expresarse, sutil pero ciertamente claro en sus términos.

Pero nada iba a empañar esta velada. Se sentía mucho mejor y sabía, que, en el fondo, su esposa se alegraba por él. Henrik cruzó una mirada cómplice con Vernon y Tommy, sentados juntos frente a una silla vacía. June también se retrasaba, y obviamente su esposa había decidido comenzar sin ella. Pero Ingrid la perdonaría, igual que, estaba seguro, lo había ya perdonado a él por su retraso. Su ángel no tenía más que luz en su corazón.

La señora Yu había preparado la cena como todos los días a la misma hora. Sobre el mantel blanco de los viernes, platos de porcelana, cubiertos con mango a juego. Para compartir, una jugosa ensalada en la fuente central, a base de hojas de lechuga, tomates cherry, aceitunas negras, rodajas de calabacín, puntas de espárrago blanco, granos de maíz.

Comida sencilla y saludable, era el lema de Ingrid. De primer plato, flan de arroz integral con vegetales picados y salsa de tomate dulce. De segundo, salmón con salsa de champiñones y pimientos rojos. De postre, una manzana roja o yogurt natural, a elegir.

Como siempre, fue Ingrid quien tomó la aceitera y bañó la ensalada con la cantidad justa de aceite de oliva. Nada de vinagre ni sal, a los niños no les venía bien, solía decir. Tampoco pan ni azúcar.

Antes de conocerlos, Ingrid y sus hijos solían guardar silencio mientras cenaban, justo después de que Ingrid bendijera la mesa. Era ese, junto con la puntualidad estricta, un hábito de los muchos que Henrik había estado de acuerdo en adoptar cuando se casó con ella, de modo que se puso a cenar al igual que su familia y sus dos invitados: sin pronunciar una sola palabra.

 Era ese, junto con la puntualidad estricta, un hábito de los muchos que Henrik había estado de acuerdo en adoptar cuando se casó con ella, de modo que se puso a cenar al igual que su familia y sus dos invitados: sin pronunciar una sola palabra

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Charlie abrió la portezuela del Camaro.

—¿Adónde vas? —le dijo Cory, con la bolsa de palomitas y la lata de refresco ya vacías en el regazo—. ¡Ahora viene lo bueno!

—Necesito dar una vuelta —le dijo Charlie, en el mismo tono—. Ahora vuelvo.

En la gran pantalla, la mosca antropomorfa daba el susto de su vida a la osada novia del protagonista. Charlie contempló la luz de la película reflejada en los parabrisas de los coches frente a los que caminaba con las manos en los bolsillos, oyó vagamente que alguien protestaba porque le quitaba la vista al pasar.

¿Qué fue de Bethany Bell?Onde histórias criam vida. Descubra agora