13.- Provocación

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June y Vernon se hallaban en el salón grande jugando con el ronroneante Rajasi, tumbados panza arriba sobre la alfombra persa, cuando Ingrid, visiblemente irritada, fue a su encuentro desde el piso superior con un vaso vacío, y les espetó:

—Es el tercer vaso que me encuentro derramado en la habitación de Peter. ¿Alguno de los dos tiene algo que explicar?

Rajasi se incorporó para observarla, atento. Los mellizos también. Como ninguno de sus hijos reaccionaba, Ingrid añadió:

—Peter tiene que tomar su medicina con la leche todos los días sin excepción. Y es una medicina muy cara. Me cuesta mucho prepararla, así que no quiero volver a ver un solo vaso más tirado en la alfombra, ¿ha quedado claro?

Silencio absoluto.

—No os mando arriba con la leche para que pongáis el vaso de cualquier manera en la mesilla. Es importante. ¡Parece que queréis que todo siga igual!

Ingrid respiró hondo mientras seguía leyendo en los ojos de los mellizos, ora los de uno, ora los del otro.

—No quiero que esto vuelva a ocurrir. Es mi última palabra.

Era suficiente. Les había quedado claro. 

Dio media vuelta y se dirigió a la puerta del sótano.

Estaba lejos de imaginar lo que la esperaba allá abajo:

Plantas tiradas por todas partes. Recipientes rotos. Semillas, raíces, todo esparcido por el suelo y las baldas.

Ingrid volvió a subir al salón con una energía que hubiese hecho retroceder a cualquier soldado. 

Pero esta vez en el salón sólo encontró a Rajasi. El felino la observó un segundo y huyó.

Ingrid puso las manos en jarras y suspiró con cierta brusquedad, tratando de calmarse. No los encontraría si ellos no querían. La bronca, obviamente, tendría que esperar. 

Pasó la señora Yu con un canasto de ropa y la llamó para pedirle que fuese a limpiar la alfombra del cuarto de su marido en cuanto pudiese.

—¿Otra vez mojada de leche, señora?

—Otra vez, señora Yu.

—La limpio enseguida. ¿Quiere que me encargue de algo más?

Ingrid reflexionó un momento.

—No, es suficiente por ahora, gracias —dijo luego.

Ingrid se mostraba elegante y educada, como siempre, y exitosa en controlar su ira. Pero cuando la señora Yu se marchó, escaleras arriba, se cruzó de brazos y miró a su alrededor. Bajó la cabeza. Sus pupilas seguían buscando una víctima. Sus mandíbulas tensas masticaban mordiscos. Sus manos, semiocultas por sendas barras de marfil, se habían convertido en piedras de cal.

Aguardaba. Sopesaba el nivel de culpabilidad de sus dos sospechosos. Eligió. Y condenó. Y se preguntó si había hecho algo que provocase aquellas muestras de rebeldía. Recordó el último castigo de June. Su hija había llegado tarde a la hora de la cena, e Ingrid le había ordenado, sin posibilidad de apelación, ayunar a esa hora durante un mes. La pena aún seguía vigente.

Ingrid decidió encaminarse a su despacho, mientras pensaba en un nuevo correctivo para June. Antes, no obstante, se metería en la Dark Web y haría un nuevo pedido de plantas para empezar a reparar su biblioteca.

 Antes, no obstante, se metería en la Dark Web y haría un nuevo pedido de plantas para empezar a reparar su biblioteca

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¿Qué fue de Bethany Bell?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora