20.- Intrusos (Parte 2)

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De pronto, un hormigueo intenso en la mano derecha.

Dolor en la zona hasta el umbral de lo soportable.

Abrió los ojos.

Se encontraba en una camilla con correajes para brazos y piernas incorporados, pero había podido sentarse porque no habían hecho uso de ellos, quizá porque no necesitaban atarla, dado que la habían mantenido drogada e inconsciente; le habían puesto una vía en la mano.

Charlie se retiró la vía con rabia y la lanzó al suelo. Gotitas de sangre salpicaron las baldosas a sus pies. Se sujetó la mano herida y se la apoyó sobre el corazón. Sufrió un mareo intenso. Se sujetó para no caer. Cerró los ojos, tratando de calmarse. Casi al mismo tiempo, fue vagamente consciente de que en algún momento le habían hecho un escáner del cerebro. Le habían inyectado algo para llevarla a algún sitio y realizarle la prueba antes de que se sintiese muy somnolienta y perdiese la consciencia. ¿Cuánto había pasado de eso? ¿Y por qué?

Abrió los ojos de nuevo.

Esta habitación era muy parecida a aquella donde la encerrasen por primera vez: blanca, fría, impersonal. Las luces eran de un neón lechoso, y no había ventanas. Empero, aquí, a parte de su incómoda camilla, había dos sillas sencillas que rodeaban una mesa de madera pintada de blanco. Giró la cabeza hacia la puerta. Una pequeña videocámara la observaba desde el mismo rincón.

Tras un tiempo que a ella le pareció eterno, se abrió la puerta y entró un hombre alto de unos treinta años, con una bata blanca y gafas plateadas sobre unos ojos marrones de mirada firme. El hombre llegaba con seguridad, diríase que justo a tiempo para su supuesta cita. Puso una carpeta negra y una tablet de tapas rojas sobre la mesa y se sentó al otro lado de esta.

—Buenos días, señorita Angel. Soy el doctor Laplace, ¿cómo se encuentra?

Y con un ademán educado la invitó a sentarse frente a él.

Charlie se bajó lentamente de la camilla, y se dio cuenta de que aún se encontraba mareada. Lo que fuera que le habían administrado para despertarla, no había anulado del todo la droga que la había mantenido dormida. Se agarró al respaldo de la silla que él le señalaba, pero no se sentó. En cambio, dijo:

—¿Qué me han dado?

—Propofol. No se preocupe, se le pasará en poco tiempo. Siéntese, por favor.

—¿Dónde estoy? —No se movió.

Él le contestó de modo amable, calmado, y le explicó la situación con palabras sencillas:

—Se encuentra aquí porque al parecer tiene usted capacidades extraordinarias. Nadie de su entorno parece estar al corriente de ellas. Hemos de dar por hecho entonces que, o bien empezaron a manifestarse en la edad adulta, o que las mantuvo en secreto desde niña...

—¿De qué carajo me está hablando? ¿Han investigado a mi familia?

No podía seguir en pie sin caerse. Se sentó.

El doctor Laplace la observó sin moverse del sitio. Luego, contestó:

—¿Cómo, si no, íbamos a conocerla mejor, señorita Angel? Pero no se preocupe, les dijimos que la entrevista estaba destinada a formar parte de un artículo sobre su éxito literario. Guardarán el secreto, piensan que la revista va a colaborar con un programa de televisión para darle a usted el reconocimiento que merece. Ellos se sienten cómplices necesarios, por lo que de buena gana firmaron un contrato de confidencialidad que implica silencio, según el cual no deben hablar ni siquiera con usted, la gran homenajeada. Si lo hacen, no habrá publicación ni programa. Todo era falso, por supuesto, pero ellos habían de desconocer la verdadera razón de la entrevista. Algunas de las preguntas les sorprendió, otras les dio risa. A todos les satisfizo poder desmentir semejante "tontería", así lo llamó su madre.

¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now