7.- Henrik

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Hoy se sentía con fuerzas para levantarse de la cama. Los mareos habían desaparecido, había dejado de dolerle el estómago y ya no vomitaba.

Los remedios caseros de su esposa parecían ejercer una cura más atinada que la del último doctor, que le diagnosticó una afección intestinal y una dieta estricta como remedio necesario a corto plazo.

Sin embargo, tras varias semanas el tratamiento no fue efectivo, al contrario, afectó a su peso, que siguió bajando: En los últimos meses había perdido otros catorce kilos, y ya era capaz de ver sus costillas.

Sus accesos de tos, que habían llegado a provocarle hemorragias nasales, tampoco se vieron beneficiados con el jarabe que aquel medicucho le recetase. Las gafas nasales le aliviaban un poco, pero era un engorro ir por ahí con la botella de oxígeno, y los mareos no ayudaban.

Henrik tenía cuarenta y ocho años y era el hijo del fundador y presidente ejecutivo de la empresa Quimbaya, tras la muerte de su padre, hacía dos años.

Stig, el padre de Henrik, siempre pensó que invertir en la extracción de oro en Alaska era una buena idea y no se equivocó. Lamentablemente, tanto Henrik como antes Stig, que murió de una neumonía complicada por una afección cardíaca, parecían condenados a que su salud los privase de disfrutar de la vida de éxito para la que parecían haber nacido.

Por fortuna, existía Ingrid. Ella era su mejor medicina, al igual que lo fue para su padre.

Antes de casarse con Stig, Ingrid fue su secretaria personal. Ingrid, bendita fuese, también tenía estudios de enfermería. Ingrid, bendita fuese, podría haber sido doctora en Medicina.

Ángel de la Guarda. Regalo de Dios.

Hoy, como sucedió entonces con el padre de Henrik, sus batidos caseros de especias y plantas cuidadosamente seleccionadas y cultivadas por ella misma lograban ayudarlo a levantarse de la cama, a dejar de vomitar, a respirar mejor, a encontrarse bien, algo que ningún doctor había logrado ni por casualidad.

Ingrid no pudo sanar a Stig, pero alivió tanto sus síntomas que dejó de sufrir mucho tiempo antes de irse, algo que sorprendió al doctor de la familia. Tampoco se lo explicaba el segundo especialista al que Henrik recurrió para salvar a su padre.

Henrik e Ingrid compartieron largas jornadas durante la convalecencia de Stig, incontables madrugadas de conversaciones en las que se conocieron bien y se acabaron enamorando. Su boda llegó apenas seis meses después de que ella enviudase, y a pesar de lo que pensase el resto de la familia y el mundo, Henrik no se arrepentía de nada. Mil veces la habría besado en el porche de su casa, aquel glorioso treinta y uno de diciembre, y otras tantas se hubiese casado con ella para vivir el resto de su vida a su lado.

Su esposa, su ángel.

En opinión de Henrik, si algo habían conseguido esos matasanos era precisamente que dejase de confiar en ellos y sus drogas artificiales. Su esposa ya había dejado de llamarlos en su nombre y hacía bien. Henrik estaba convencido de que, gracias a Ingrid, en pocas semanas recobraría su salud por completo.

Su ángel. Su hermoso y adorado ángel de luz.

Henrik apartó el edredón y se sentó para poner sus pies sobre la alfombra. Se sentía bien. Le alegró pensar que hoy sería uno de sus mejores días.

 Le alegró pensar que hoy sería uno de sus mejores días

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¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now