23.- Un minuto

13 5 0
                                    


En la escuela abandonada, sentados sobre la colchoneta, Cory, Boston y las gemelas Scarlatti, iluminados por las linternas de sus móviles, conspiraban contra Tim Selig, aprovechando que éste aún no había regresado al gimnasio desde que saliese a disfrutar su emparedado en soledad.

—Que entre allí el FBI o quien haga falta —decía Cory—. Que la encuentren y la saquen, ese sitio no es un agujero en el desierto, digo yo, y si Charlie está allí, está allí, no importa en qué piso.

—Yo digo que vayamos a la policía ya mismo —sugirió Boston.

—¿Con la que está cayendo? —replicó Eva, con cara horrizada.

—Esperemos a que el tiempo amaine —dijo Tiara—. Total, sólo faltan unas pocas horas para el amanecer.

Se volvieron a mirar a través del ventanal. Las luces de las linternas rebotaron en el cristal y sólo consiguieron verse a ellos mismos, pero la furia de la noche era perfectamente audible, Eva tenía razón.

Fuera, efectivamente, estaba descargando una tormenta terrible. Las corrientes de aire amenazaban con echar abajo los pocos cristales que quedaban intactos; el frío, llenar de grandes chuzos puntiagudos los aleros, reventar las maderas podridas, detener el tiempo. El viejo edificio crujía y resistía penosamente, mientras la noche, poderosa, fuera de sí, aullaba y lo empujaba con embates de viento furioso y ráfagas de agua helada.

De repente, más allá del ventanal del gimnasio, una luz intensa como el día iluminó el sufrido Camaro durante un segundo, y un trueno poderoso, que parecía surgir del interior mismo de la tierra bajo sus pies y tener fuerza suficiente para estremecer los cimientos de arriba a abajo, los terminó de convencer. Esperarían unas horas.

Mientras buscaban en sus móviles la comisaría más cercana, el secuestrado, atado a su silla, retorcía sus muñecas a flor de piel, ignoraba el dolor y la sangre que le producía la resistencia de sus ligaduras, hacía sus cálculos también.

Los relojes marcaron la una de la madrugada.

Los relojes marcaron la una de la madrugada

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Un minuto.

Charlie se acuclillaba desnuda en el suelo bajo un chorro de agua helada. La manguera vomitaba con furia descontrolada sobre su cuerpo derrumbado, hería su cabeza, sus hombros, su espalda, mientras ella trataba de protegerse sin éxito. No podía respirar. Sus gritos de protesta y angustia se ahogaban en el agua.

Sólo había necesitado un minuto.

Arriba, en la sala de vídeo, el doctor Andrade, de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, no perdía detalle. Se hallaba solo. Como si contemplase una película, observaba cómo ahí, en el monitor, el agua bramaba, rebotaba con saña en la piel de Charlie, en las baldosas de la pared, salpicaba en mil direcciones distintas, ensordecía los gritos.

¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now