24.- Una noticia inesperada

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Aquella mañana, Emmarie L. Bartlet se encontraba leyendo el Global Post sobre la mesa de la cocina, mientras se tomaba su café matutino y, de paso, disfrutaba de las noticias sintonizadas en el televisor de plasma de veinticuatro pulgadas que tenía instalado en una repisa, al lado de la ventana que daba a su jardín delantero.

Desde el salón, dos puertas más allá, le llegaba el ruido que estaba haciendo su asistenta, que pasaba el aspirador. Su marido había salido a correr, y su niñera hacía apenas cinco minutos que conducía su coche en dirección al elitista colegio en el que estudiaba su único sobrino, Randall, de siete años. 

La hermana de la senadora Burke se disponía a disfrutar del único momento del día que disponía para su persona, antes de acudir a su despacho a trabajar sobre su famoso cómic. Llevaba tres semanas de retraso y a su editora ya no le quedaban uñas.

La mañana, superviviente de una noche tormentosa como hacía mucho que no había vivido, era nebulosa, y clareaba, más allá del ventanal, los árboles frutales, los setos, la caseta del perro y la piscina, y más acá, la cocina entera. El mármol de la mesa relucía y, sobre ella, la letra del periódico era perfectamente clara.

La señora Bartlet tenía predilección por la prensa en papel, y estaba suscrita a muchos periódicos porque le gustaba enterarse de la mayor parte de las noticias del mundo, de todas si podía, lo que le permitía alimentar un conocimiento general y variopinto generado por diferentes puntos de vista de las mismas noticias.

Pero su preferido era el Global Post.

Este popular periódico era mucho más grueso que el resto, porque sus secciones eran especialmente extensas; cada una de ellas recogía un sinnúmero de noticias —¿cómo hacían estos del Global que se enteraban de todo?—, siempre interesantes para un sector importante de la población. Era un trabajo inmenso, pero para eso el famoso periódico contaba con un ejército incansable de reporteros freelance repartidos por todo el mundo. Por esa razón se decía, y con razón, que el Global Post llegaba a todas partes y, casi siempre, el primero. Sus reporteros estrella lo eran por haber destapado escándalos incendiarios, desenmascarado famosos lobos de rostro corderil, desentrañado casos aparentemente inexplicables para la policía y el gran público. Sus portadas, a menudo, fulminaban las del resto, su prestigio estaba fuera de toda duda y algunas personas, sus motivos tendrían, le tenían hasta miedo. No era el caso de la Larissa Burke, que no tenía nada que ocultar.

Esta mañana, sin embargo, el Global Post reservaba una noticia ciertamente incómoda para ella. A su hermana le iba a doler especialmente.

El artículo que no podía dejar de llamar la atención de la hermana de Larissa Burke, en el extremo inferior de la página de sucesos de la sección nacional, en concreto, por la página 48 era el siguiente:

ENCONTRADOS LOS CADÁVERES DE DOS MUJERES EN SU CASA DE KENTUCKY

La redacción de la noticia no ocupaba mucho espacio, apenas unas pocas líneas entre otras noticias similares. Decía así:

«G.E.C. (71) y su nieta F.N.C.(18) fueron encontradas muertas en su casa de Ford Hampton Rd, en el condado de Clark, Kentucky, en el día de ayer.

El lamentable suceso se confirmó a raíz del aviso del médico de la familia, quien ha declarado haber descubierto el cuerpo inerte de la joven al mirar por una ventana próxima a la entrada a la casa.

Según fuentes policiales, G.E.C., que padecía obesidad mórbida, pudo encontrar la muerte al desplomarse por las escaleras de su casa en un accidente que resultó fatal.

Ha trascendido que su nieta podría haber cometido suicidio, supuestamente presa de un ataque de nervios, al hallar el cuerpo sin vida de su abuela, de la que cuidaba. Según ha podido descubrir este periódico, el cuchillo que acabó con su vida fue hallado en las propias manos de la joven.

Las dos mujeres residían solas desde hacía varios años.»

Enmarie Bartlet releía la noticia cuando otra, no menos sorprendente para ella, le sacó la vista del periódico. Esta vez le llegó desde la televisión:

—John Starsky, el popular empresario y candidato a las presidenciales de este año —decía la voz en off mientras acompañaba imágenes del personaje en cuestión dando un discurso tras un atril—, permanece en silencio en relación a las acusaciones vertidas sobre él tras la retransmisión del vídeo en el que se le ve inyectándose heroína en presencia de su hijo de tres años. Según su abogado, el señor Starsky emprenderá acciones legales contra el medio que ha filtrado el vídeo.

El presentador del informativo, atractivo y moreno, apareció sentado a una mesa en primer plano, trajeado, repeinado y convenientemente maquillado. Cuando se dio cuenta de que la cámara lo enfocaba, esbozó una sonrisa luminosa y dijo:

—Y ahora pasamos al tiempo. Dinos, Britney, ¿cómo se verá el cielo mañana?

 Dinos, Britney, ¿cómo se verá el cielo mañana?

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Ytutambién había escapado durante la noche. Le había faltado tiempo para soltarse de sus ataduras y, aprovechando los escasos minutos en que los jóvenes, agotados, se habían quedado dormidos, había desaparecido de la escuela abandonada como si fuese un fantasma. 

O eso, o alguien lo había liberado...

—Selig tampoco está —anunció Tiara, reuniéndose con el resto del grupo en la entrada del ruinoso edificio, y acrecentando las sospechas del grupo sobre la culpabilidad del misterioso periodista en el asunto.

—Seguramente anoche nos oyó que hoy íbamos a ir a la poli —dijo Cory, cruzándose de brazos.

—Teníamos que haber hecho guardia —comentó Eva.

—Yo pensaba que... —empezó Tiara.

—¿Pero cómo no oímos ni un ruido? —le cortó su  hermana.

—¡Eh! —exclamó Boston, mirando por encima del hombro de su novia.

Tan absortos se habían estado recorriendo el edificio buscando al reo y al periodista que no se habían dado cuenta antes.

¿Quién ha movido mi coche?

El capó aún estaba caliente. La calefacción había estado conectada. Y aún los aguardaba una sorpresa mayor:

Charlie se encontraba, inconsciente, tumbada en el asiento de atrás abrigada con una toalla y un plumífero.



¿Qué fue de Bethany Bell?Où les histoires vivent. Découvrez maintenant