11.- Hacker (parte 2)

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Era lo esperable en el siglo veintiuno, pensó, que una mujer no se muriese por inanición en mitad de un bosque que crece al lado de un pueblo.

A ese detalle había necesariamente de añadir la existencia de gente que podía echarla de menos, empezando por Cory y terminando por la señorita Fitt, que le servía la cena todas las noches y a la que no había comentado aún su intención de abandonar Aderly...

Pero nadie aparecía allí arriba. Nadie con una escalera de mano o con una cuerda.

Hacía viento y las sombras de los árboles crujían más de lo habitual. La irritó pensar que tendría que pasar la noche allí. Tenía frío, tenía hambre. Tenía sed. No necesariamente por ese orden.

Se ocultó los ojos con las palmas de las manos, preguntándose qué demonios hacía ella en aquel agujero. Y, por primera vez desde que llegase a Aderly, echó de menos los rascacielos, los atascos, el ruido y las aceras atestadas de gente de Nueva York.

 Y, por primera vez desde que  llegase a Aderly, echó de menos  los rascacielos, los atascos, el ruido y  las aceras atestadas de gente  de Nueva York

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—¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos a Kansas, Cory?

—Tú no te preocupes, me sé el camino, ¿recuerdas?

—No es eso lo que te he preguntado. Además, me has hecho parar para ponerte tú al volante, me tengo que preocupar por necesidad.

—Vamos, vamos. Sabes perfectamente que tenemos prisa y que conduces como tu abuelo.

—Como nos paren por exceso de velocidad...

—No nos van a parar.

—Como tengamos un accidente...

—No nos va a pasar nada.

—Como me roces el coche...

—Una palabra más y te vuelves a casa en autoestop.

Boston se calló, pero era obvio que seguía preocupado. No se le pasó el malestar hasta que, en algún momento durante la tarde, fatigado de tantas horas de carretera y coches, se quedó adormilado en el asiento del acompañante.

A su lado, bien aferrada al volante, Cory seguía demostrando la misma energía de cuando salieron de Aderly, la misma de cuando recién salidos de Minnesota, le dijo que, si no era en las gasolineras, no pensaba parar hasta llegar a donde tenían que llegar.

Cuando Boston despertó, era noche cerrada.

Una casa de madera se alzaba justo enfrente del parabrisas del Camaro, que estaba parado y en silencio. Él seguía en el asiento del acompañante.

Al volante no había nadie.

Una de las ventanas del piso bajo de la casa, quizá era la cocina, mostraba una luz amarillenta.

Boston salió del coche. La madrugada le sopló en los brazos y le removió los rizos de la nuca. Sintió el calor del capó bajo la mano que puso sobre él y casi al mismo tiempo oyó el rumor de un río cercano. A la sombra de aquel cielo estrellado creyó divisar la sombra de un tractor junto a un cobertizo. A la izquierda había una arboleda. Alrededor, sólo la noche más negra. No había nadie a la vista. Ni rastro de Cory.

¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now