21.- De intrusos, mecheros y vinos

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June se llevó la cuchara a la boca y miró a su madre.

—Yo pensaba que estaba acogiendo a un hombre que se había quedado sin techo en unas circunstancias ciertamente desafortunadas. Pero tengo entendido que es usted un héroe, señor Apley, salvó usted a todos sus compañeros de hospedaje, ¿por qué no me había dicho nada?

—Es que no fue nada  —contestó el pintor, con los ojos clavados en su consomé.

—Fue una situación muy peligrosa, podría haber salido corriendo para salvarse usted solo, pero no lo hizo.

—No lo hice, no.

—¿Se le ocurre cómo debió de comenzar el incendio?

—No.

—Me alegra compartir mi tiempo con alguien como usted, tenía ganas de decírselo, señor Apley.

—¿Por qué?

Ingrid puso cara de sorpresa y dijo:

—Antepuso usted su vida a la de otros, ¿no es suficiente?

—No es para tanto.

—Claro que sí. Salvó usted la vida de una familia entera.

—No perdí la mía en el intento.

—Pero sí todas sus cosas... Es usted pintor, ¿verdad?

—Sí.

—¿A la altura de Velázquez, Goya, Murillo? ¿A la de Leonardo, a la de Warhol?

Apley elevó las cejas y dijo:

—Ni por asomo.

—¿Y su estilo, se asemeja a La balsa de la Medusa de Géricault, o a la Odalisca de Ingress?

Por primera vez, Apley elevó la vista de su plato y la miró con atención.

—Más bien a La lechera, de Jan Vermeer —dijo.

—Hum... ¿No le parece que todo incluye todo?

—No la comprendo.

Ingrid se secó los labios en la servilleta, que devolvió a su regazo. Apoyó los codos en la mesa; la barbilla, en las manos entrelazadas, profundizó su mirada en la de él, y dijo:

—Pasión. Sensualidad. Tragedia. Vida. Muerte. Luz. Oscuridad. Y, al mismo tiempo, nosotros. Un día cualquiera, una persona cualquiera en una actividad cualquiera, un día como todos los días: una lechera. Y otra mujer posando (¿obligada a posar?) ante otro hombre con un pincel: una odalisca. Y un barco que realiza una travesía habitual en un mar normalmente en calma, la fragata Medusa. Y, de pronto, lo que se dice: El barco ha zozobrado. Y lo que no se dice: La leche se derrama. La modelo entra en llanto. Cualquier instante hubiese sido válido. Quizá hubiesen cambiando los nombres de los cuadros, pero no nos hubiese importado, nosotros hubiésemos estado allí igual, frente a ellos, con los ojos bien abiertos: El viaje inaugural de la Medusa. Leche derramada. La odalisca triste. La misma intensidad, los mismos sentimientos, emociones y claroscuros, todo está contenido en lo demás, solo que algo se percibe y lo otro se sospecha. Todo incluye todo, ver algo o no verlo depende del momento en que el artista parpadea, ¿no está de acuerdo?

Apley la observaba con expresión grave. June no alcanzó a discernir si es que estaba enfadado, sorprendido o admirado. Lo que sí le pareció es que el pintor había perdido el apetito, al menos en aquel momento.

June vio que Ingrid sonreía con dulzura mientras se introducía una cereza en la boca, y de nuevo volvió a preguntarse por qué su madre se habría puesto su mejor vestido y maquillado para cenar. Ingrid estaba arrebatadora esta noche, pero ¿por qué, si no pensaba salir?

¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now