33.- Juegos de un chico extraño (Parte 1)

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Prácticamente  todo Aderly participó en la batida de búsqueda.

Nada más enterarse de lo sucedido, los vecinos se organizaron en grupos que rastrearon el pueblo y los alrededores durante muchas horas, y todavía ahora, que llegaba el anochecer, había gente que se unía a sus vecinos en el bosque. Desde que la noticia llegase a sus oídos, no faltó apenas nadie que pudiese echar una mano: El señor Warden y sus hijos, Max Wilson, el gerente del hotel Aderly. El compañero de trabajo de Boston, Bradley Summers, y los hermanos Smith, Winter y Autumn, el jefe de ésta, el señor Strade, el doctor Schumacher y Nadine, el mayor Cook y su esposa, la señora Sweet y sus amigas, los profesores de Jade, con el señor Dukaquel a la cabeza. Las primas de Cory, Sandy y Candy, que habían olvidado sus diferencias para unir sus fuerzas en la búsqueda, los sirvientes de las familias de la calle 13, todos acudieron al llamamiento desesperado de los padres de Jade, con sus linternas y sus ganas de ayudar.

El que no se presentó tenía una buena excusa, como Lincoln, que debido a su estado no podía salir de la cama; y Laura Osheroff, porque había de cuidar del abuelo Boston y de sus huéspedes ciegos, la Abuela Fitt y Tommy, pero los ausentes eran una clara minoría.

Lamentablemente, y a pesar de los esfuerzos y la voluntad de tantas personas, no había resultados. Muchos acudieron allí con sus perros, pero ni siquiera estos eran capaces de encontrar el menor rastro del hijo pequeño de los Evans.

Tras largas horas, la señorita Fitt dijo que tenía que retirarse del puesto de bocadillos y bebidas que había organizado a mediodía, porque no quería seguir cargando a Laura con las que consideraba sus propias responsabilidades; su generosa amiga además había de cuidar de su hijo Lincoln, así que se retiraba a casa de los Evans para ayudarla.

La señora Cook y la señora Murdoch, que la habían estado acompañando, lo entendían y, de hecho, la animaban a irse a descansar ya. La noche venía de la mano de una helada, y ya las madres con niños pequeños y los que cuidaban de familiares enfermos se retiraban también. Se quedaban los que aún tenían fortaleza suficiente para afrontar los retos del bosque por la noche.

Todos y cada uno de ellos, los que se resistían a abandonar la búsqueda y los que regresaban a su hogar, sufrían por la suerte del pequeño Jade. Hasta sus compañeros de clase, incluidos los que apenas le habían dirigido la palabra, habían rezado por él en la plaza antes de ser instados a guarecerse bajo techo.

Aderly, a excepción, aparentemente, de los inquilinos de la calle 13, estaba alerta y preocupado por Jade.

En estas circunstancias, sucedió que a Cory se le agotaron las pilas de su linterna y Boston le dijo que en la guantera de su coche tenía otra que funcionaba bien. 

Charlie, del brazo de Cory, acompañó a sus amigos hasta el sendero, donde tenían aparcado el Camaro.

—Quizá no está en el bosque —dijo Charlie, observando cómo Boston hurgaba en la guantera.

—¿Y dónde va a estar, Charlie?—dijo Cory, aparentemente molesta con su comentario—. Aderly es un sitio pequeño, cualquier vecino le conoce y nadie le ha visto. El único sitio donde puede estar es en ese maldito bosque. ¡Y hay un asesino suelto!

—Estará bien. ¡Seguro! —insistió Charlie.

Se quedaron mirando. Charlie dijo:

—Era una psicóloga  pésima, lo sé. Yo... ¿Puede ser que se haya metido el algún lío y haya decidido esconderse?

—¿Qué lío?

—No sé. ¿Y sus amigos?

Boston no encontraba la linterna. Procedió a abrir el maletero.

¿Qué fue de Bethany Bell?Where stories live. Discover now