Capítulo 35. La Alianza. Parte 1: Un Nuevo Mundo

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La cálida luz del alba, que se cuela por el ventanal abierto de nuestra habitación, calienta mi rostro con suavidad gracias al inicio del verano. La calmada brisa le acompaña y mece las cortinas, trayendo consigo el murmullo de las olas que devoran la arena. Abro un solo ojo cuando los tenues y anaranjados rayos de sol me despiertan. Sonrío.

El paisaje es espectacular.

Y casi cada día en esta casa, me despertaba para verlo.

El sol empieza a despuntar, saliendo de su escondite tras el mar y su línea recta e impecable en el horizonte, devorando la luz púrpura de la noche que ya se marcha, dejando paso a los colores y luces de un nuevo día. Y esos rayos, acarician el cuerpo desnudo de Carl en la cama, todavía dormido y a mi lado.

Entre mis brazos.

Sonrío de nuevo y lo pego más a mí, sintiendo su espalda contra mi pecho. Escondo mi cara entre el hueco perfecto que forman su cuello y su hombro. Cierro los ojos e inspiro profundamente, inundando mis pulmones de su aroma y del salitre pegado a su piel tras el baño nocturno en el mar. Dejo un beso justo ahí durante unos segundos.

Sus comisuras se elevan en el inicio de una sonrisa, aún con el ojo cerrado.

—Lo siento, no quería despertarte —susurro sobre su cuello, acariciándole con mi nariz.

Se gira hasta tumbar la espalda en el colchón y me observa sonriente. Su mano se posa en mi mejilla magullada, acariciándola lentamente, delineando mi mandíbula con el dedo índice. Rasca mi prominente barba en un gesto divertido, y desliza la mano hasta el tatuaje en mi pecho, ese en el que pone su nombre. Su mirada se clava en la mía.

No sé cuánto rato nos quedamos así, simplemente mirándonos con una sonrisa. Estoy seguro de que al sol le ha dado tiempo a salir un poco más.

—¿No se supone que da mala suerte que durmamos juntos antes de la boda? —pregunta arqueando una ceja, pues al no llevar su parche de cuero con el que ya se había despedido del vendaje, podía ver a la perfección sus expresiones.

Río.

—Creo que eso es la noche antes. Y dormir, lo que se dice dormir... —respondo con una ladeada sonrisa. Carl se carcajea y golpea mi pecho con suavidad. Uno mi frente a la suya—. Además, aún nos quedan unos días.

Carl sonríe.

—Unos días.

Nos quedamos mirándonos de nuevo unos segundos más, con el silencio rodeándonos y una verdad tacita flotando en el ambiente, junto al sonido del suave oleaje a unos cuantos metros de nosotros.

Nos íbamos a casar.

Eso iba a pasar.

Ojalá viajar al pasado, a la prisión, para decirle a ese crío enfadado y esposado a unos barrotes que el chico que le lee cómics a su lado será su marido dentro de unos años. Solo lo haría por ver la cara de ese Áyax.

Él no sonreiría, solo se quedaría alucinando de que un lunático con la cara plagada de cicatrices le dijera eso.

Pero yo sí que sonrío.

Sonrío todo lo que la felicidad me lo permite. Esa felicidad a la que llevo tiempo acostumbrado.

Tanto, que se me hacía extraño sentir que era algo real.

Que ese sentimiento existía de verdad.

Carl me mira frunciendo el ceño como si pudiera leerme la mente.

—¿Qué? —pregunta.

Me apoyo en mis codos sobre el colchón y le miro.

—Que no quiero esperar más, ¿por qué esperar?

The Walking Dead: Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora