Capítulo 11. Gobernador.

4K 398 343
                                    


El techo sobre nosotros produce un fuerte sonido, como si la prisión rugiera ante el impacto recibido. No sé que coño ha sido eso, pero no me ha sonado a nada amigable.

Me incorporo en la cama ignorando el mareo que la rapidez de mis movimientos me provoca. Saco la llave de las esposas y me desato para después salir de la celda. Glenn y Sasha me miran, ellos también lo han notado, no he sido el único. Algo no anda bien.

- Quedaos aquí. – ordeno. Glenn hace amago de iniciar una queja, pero antes de que abra la boca, le interrumpo. – Soy el único de los tres que quedamos que está en mejores condiciones.

Salgo corriendo de la sala de aislamiento todo lo que mis piernas y la poca fiebre que queda afectando mis sistemas me permite. Llego hasta la sala común y me estremezco al notar que no hay nadie. Me dirijo hacia la mesa más cercana, dónde las armas están puestas, y rebusco entre ellas mi cuchillo y la daga.

La piel de mi nuca se eriza como si un sexto sentido me advirtiera de que voy a necesitar ambas armas.

Algo está pasando.

Y no es nada bueno.

Pero mis teorías se confirman cuando abro la puerta del patio y veo como todos observan paralizados los exteriores de la prisión. Se giran en mi dirección por el fuerte estruendo que ha creado la puerta de hierro al impactar contra la pared.

- ¿¡Qué haces aquí!? – exclama Daryl mirándome a los ojos, alzando su mano hacia a mi, haciéndome señas para que retroceda. - ¡Deberías estar descansando!

- Qué... ¿Qué ha sido eso? – responde alguien tras de mi.

- ¿En serio, Sasha? – digo cuando me giro y veo a la mujer mirando al resto del grupo. Miro a mi alrededor y veo como una de las torres de guardia empieza a consumirse por las llamas. – Qué... Qué está pasando. – rujo cada palabra con la rabia que crece en mi interior más deprisa a cada segundo que pasa. Daryl acerca un carro con armas para repartirlas disimuladamente a cada miembro del grupo mientras mira hacia el patio de la prisión. Me acerco a él y le veo apoyar las manos en el cubo.

De él saca mis katanas.

Y me las entrega.

Le miro estupefacto.

Pero ni siquiera me molesto en preguntar.

Algo muy malo está pasando.

Las acomodo en mi espalda y abrocho el arnés en mi pecho. Un ligero calor me recorre al sentirlas conmigo de nuevo. Al sentirme completo.

Mi hermano pone una mano sobre mi hombro.

- Saldremos de esta. – dice antes de darme un pequeño abrazo.

Me quedo totalmente rígido. Mi cuerpo decide no reaccionar ante esta muestra de cariño con sabor a despedida y decido observarle mientras reparte el resto de armas. Avanzo hacia Carl, quién esta inmóvil frente a la verja, y me posiciono a su lado.

- Qué ocurre. – repito con intención de que suene como una pregunta más que como un gruñido.

- Gobernador. – contesta él en el mismo tono de voz que yo he usado, mirando hacia el exterior de la prisión. Me tenso al oír esa palabra.

Sé quién es ese tío.

Porque sé lo que les ha hecho.

Mis ojos siguen el recorrido de los suyos, hasta dar con un grupo fuera de la cárcel, con coches y armas hasta los dientes. Un hombre, con lo que distingo que es un parche, se alza imponente sobre un tanque.

The Walking Dead: Nuevo MundoWhere stories live. Discover now