15. Confesiones de borrachos

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Thomas:
–¿Puedes repetir lo que me dijiste hace unos minutos por teléfono?

–Me gustas Andy. Estoy enamorado de ti desde que tenía ocho años.

Horas antes:
–¿Qué te parece si pasamos del café y vamos a un bar?

–Me has pedido en un mismo día ir a una fiesta y a un bar¿Quién eres y qué hiciste con mi mejor amigo?

–Solo quiero ir adaptando mi cuerpo al alcohol.

–Pues vale. Conozco uno que esta por aquí cerca.

En realidad lo que necesitaba era llorar y desahogarme, no ahogarme en alcohol como tenía planeado hacer, pero a veces no tenemos todo lo que queremos.

Susan me tomó del brazo y comenzamos a caminar hacia donde solo ella sabía, porque yo solo tenía en mi mente la imágen de Andy sonriéndole a esa chica. No se que le veía de especial, si incluso se llamaba Alice, ese es un nombre de cualquiera.

–¿Falta mucho?—no veía la hora de llegar y tomar la primera botella que me pusieran delante. Yo no acostumbraba a tomar, de hecho solo había bebido una vez en mi vida, fue junto a Susan el día que leímos por primera vez el último arco de Kimetsu no Yaiba, ese fue un día duro para nosotros, y lo sobrepasamos con alcohol, como todo unos adultos.

–No, ya llegamos.

El bar no era muy grande, tenía las paredes grises y blancas, una ventana de cristal a un lado por la cual se podía ver el interior y un pequeño cartel sobre la puerta.

–¿Slayers?¿Es enserio?

–No te guíes por el nombre, es un bar-karaoke muy tranquilo y familiar. Aquí vengo con mis padres y con Jass casi todos los fines de semana.

–Sí tu lo dices te creo.

–Vamos, lo que quieres es alcohol, eso no lo venden en un parque infantil, lo hacen en los bares y aquí hay uno. ¿Vas a entrar o no?

Que importa como se llame el bar, Susan tenía razón, yo solo quería alcohol en mis sistemas, nada más. Así que sin pensarlo más tiempo abro la puerta del bar y comienzo a caminar hacia la barra seguido por mi amiga. Al llegar a esta ambos tomamos asiento y esperamos a que alguien nos atienda.

Debo decir que Susan tenía razón, el bar se veía muy tranquilo. Tenía unas diez mesas de madera en las cuales había solo un par ocupadas, y en el fondo se podía ver un escenario y una pantalla, allí estaban dos chicas haciendo el ridículo mientras cantaban Wanna be yours en unas notas que no existían. Daban ganas de quitarles el micro y metérselo por el ..

–Hola Susan, ¿qué deseas?

La camarera al parecer conocía mi amiga, debe ser por que según ella viene a menudo aquí con su familia, pues si el padre de Susan que es un hombre súper exigente aprueba este lugar, yo me doy por satisfecho.

–Tequila. El más fuerte que tengas.

Mi amiga me miraba como si hubiera perdido la cabeza. Este día no había dejado de mirarme así. Ya me había acostumbrado y todo a sus ojos de chiguagua.

–Enseguida—la camarera se fue y nos dejó solos unos minutos, cosa que Susan no desaprovechó.

–Ahora si me preocupas, cuéntame que te pasa.

Obviamente no le iba a decir la verdad. No le diría que desde hace una hora mi corazón estaba roto en miles de pedacitos por culpa de una maldita pelirroja. Si es que la Santa Inquisición estaba en lo correcto cuando comenzó a quemarlas. Maldigo la hora en que se perdió esa tradición.

La forma más hermosa de suicidarseOnde histórias criam vida. Descubra agora