27. Los Sallow tras los Williams

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Thomas:
–Y luego ¿que pasó? Vamos Thom, cuéntame.

Me encontraba sentado en un café con total tranquilidad, cuando el día anterior había despertado con una pelea entre sartenes y bates de beisbol, luego había tenido una pelea con Andy, luego una tarde de revelaciones, luego una reconciliación, otra pelea y otra reconciliación.

Nada extraordinario, mi día a día.

Luego de eso me dejó en mi casa y me dijo que tenía cosas que hacer, que nos viéramos mañana en este café.

Ayer fue uno de los mejores días de mi vida.

Era como estar flotando en una burbuja de felicidad.

Pero...

No me miren así. Siempre tiene que haber un pero.

Y el mío se llamaba Dylan.

No sabía quién era ni como se veía, pero lo odiaba.

Así es, lo odiaba. No tenía razones cuerdas para hacerlo, pero vamos. Cuerdo no es mi segundo nombre, de hecho es Reigh, pero, ¿a quién le importa de todos modos?

El asunto aquí es que estaba mil por ciento seguro de que Andy se fue con ese Dylan.

Por dios, que nombre tan patético.

De seguro no es más que un imbécil de metro setenta con una estúpida sonrisa y dorado cabello.

No me pregunten por que, pero lo visualizaba rubio.

Debe ser porque odio a los rubios. ¿Desde cuándo?

Pues desde que lo visualicé con el cabello rubio.

No intenten comprender, no hay lógica por ningún lado. Solo apóyenme en mi odio puro hacia ese ser.

–Shhh. Baja la voz. Recuerda que nadie puede saber.

–Bien. Pero sigue contándome. El chisme está bueno.

Esa era Elizabet. La única aparte de Alice que sabía que la relación con Andy ya no era solo de amistad.

Habíamos quedado en que para el resto del mundo seguiríamos siendo los mejores amigos de siempre, nada más.

Ambos teníamos motivos distintos.

El mío era mi padre.

No quería ni pensar en como reaccionaría si se enteraba que su único hijo era un maldito maricón, como él mismo llamaba a los hombres que simplemente amaban a otros hombres.

Era un pensamiento tan retrógrada.

No era un crímen amar a alguien, era...simplemente amor.

Una conexión de almas.

Pero por el momento era mejor mantenerlo en secreto hasta descubrir si funcionábamos bien como algo más que amigos.

No teníamos dudas sobre nuestros sentimientos, no éramos desconocidos. Llevábamos años sintiendo este revoloteo en el pecho, tan solo necesitaba un nombre.

Los motivos de Andy los desconozco. Tan solo me dijo que por el momento era lo mejor, que confiara en él.

Y allí, mientras asentía con el corazón en las manos y una confianza plena y ciega en él, me dí cuenta de que solo me faltaba la correa para ser un perro.

¿Daba asco mi lealtad y confianza ciega hacia Andy?

Sí.

¿Me importaba acaso?

No.

¿Me dolerían las consecuencias?

Probablemente.

La forma más hermosa de suicidarseNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ