05| En el callejón

87 11 0
                                    


Randy

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Randy

—Huele a muerto, al parecer alguien no se bañó hoy.

Giro mis ojos ante su comentario.

—Solo haz silencio, ¿sí, Fernando?

—Sí, Randy —responde con fastidio.

Vamos a una fiesta. Sí.

Sé lo que pasó la última vez pero, en mi defensa, no prometí que no volvería a ir a una fiesta jamás. Lo que sí sé es que debo abstenerme de marcharme en plena madrugada, con más alcohol en mi cabeza que cerebro, y mucho menos solo.

Pero esta no será cualquier fiesta. Es una ocasión especial y no podía faltar por nada.

—Ojalá que no arruines todo con tus estupideces, porque sabes con quién contarás entonces, ¿verdad? —le dice Grecia a su hermano, abriendo una puerta de acero frente a nosotros.

—Con mis dedos, claro.

—Exacto, conmigo no... Espera, ¿qué?

Fernando se ríe, mientras Grecia lo fulmina con la mirada, aunque él no la puede ver. Él tiene sus ojos vendados, por lo que en este momento soy su guía personal. Debo proteger su bienestar por un rato, pero me lo pone difícil el chico.

Ingresamos a un pasillo oscuro.

—A todas estas, ¿qué hace Randy una noche de sábado en la calle? Me sorprende, porque eres el habitual don-aburrido-yo-me-quedo-en-casa —inquiere él, divertido.

Tenso mis hombros, pero me río de su broma. Creo que la idea de dejarlo tropezarse y golpearse con cualquier cosa es tentadora.

Es mi mejor amigo, qué digo.

—Milagros que pasan —me limito a contestar.

Estábamos en un callejón detrás del bar, por esta razón olía raro allá afuera. Tuvimos que pasar por ahí para que Fernando no sepa dónde estamos, ya que adelante la música suena demasiado fuerte. Así que andamos con cuidado, ya que no estamos entrando de una manera muy... Autorizada.

Mientras ahondamos en el pasillo, la oscuridad se va diluyendo y la música se va elevando. Fernando al notar el bullicio sonríe como si se hubiera conseguido diez dólares.

—Ahora me huele a sexo, increíble.

Tiro de él por el brazo, haciéndolo tambalear.

—¿Puedes dejar tus hormonas de lado, imbécil? —Me quejo, mientras él asiente.

—Está bien, mamá.

Y llega el momento. Grecia le quita la venda de los ojos a su hermano, al tiempo que yo deslizo la cortina roja que nos separa de la multitud. El enorme salón se muestra frente a nosotros. Un bar al fondo, a los laterales del salón mesas repartidas con ventanas panorámicas, en el centro hay una pista de baile repleta de gente y hay una zona superior desde donde se ve el lugar donde estamos.

Efímero [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora