26| Oscuridad

30 4 0
                                    

CAPÍTULO 26

Randy

Quince días.

Hoy se cumplen quince días desde que vi por última vez a Carter Red. Debería sentirme tranquilo por estar lejos de una persona tan despreciable como él, pero la verdad es que con cada segundo que paso sin verle es como si me privaran de tomar agua fría en un día caluroso de mediados de julio. Una tortura total.

Estoy enamorado de él, con todo mi estúpido corazón.

Después de aquella discusión, donde lo golpeé en la cara —cosa de la que no sé muy bien si me arrepiento, porque no apoyo la violencia pero, ¡cielos, me estaba sacando de quicio!—, me encerré en mi casa durante casi una semana entera. No salía ni siquiera al balcón para tomar el sol, me limitaba a quedarme en mis cobijas, llorando hasta que mis ojos no pudieran soltar más lágrimas.

Mi madre ni siquiera se preocupó por mí, es una desconsiderada. No he tenido contacto con ninguno de mis viejos ''amigos'', tampoco quiero tenerlo. Mi papá me tiene bloqueado del celular, pero no pensaba buscarle, así que no me importa. La realidad es que ninguno de ellos me interesa, son todos un grupo de idiotas. Sin embargo, con Carter es diferente, estoy en una enorme encrucijada debatiéndome si lo que quiero es tenerlo de nuevo junto a mí o a mil kilómetros.

Lo que me dijo no se lo perdonaré, no puedo creer que haya jugado conmigo de una manera tan sórdida. Pero mi corazón y mi mente, la que me dice que le odie, están en una lucha a muerte por ver quién tiene la razón. 

Es increíble como las cosas pueden cambiar en horas, en segundos. En un momento lo tenía ahí, a centímetros de mí, y luego estábamos discutiendo en vano, porque ambos sabíamos que era el final de nosotros. Lo extraño, pero no le perdonaré lo que me hizo.

No sé si es que todo el mundo confabula en mi contra para burlarse de mí, o es que soy pésimo escogiendo a las personas de mi círculo, es probable que el del problema sea yo, no obstante, no pienso seguir arrastrándome hacia ellos. Estoy agotado de vivir esforzándome por ser parte del mundo de los demás, he descuidado el mío propio durante años, y ahora me siento tan perdido como una ardilla varada en el océano. Sin sentido.

Me duele todo lo que está pasando, pero no quiero dejar que me afecte como ellos quieren. Por eso, luego de mi semana depresiva en mi habitación, me levanté, me di un baño de dos horas, me vestí con mi mejor ropa, tomé dinero de mis ahorros y me fui en mi auto para Tequila Bar, ¿a qué? No lo sé, pero quería dejar atrás al pobrecillo Randy.

Al llegar, hice la fila y, por asares del destino, me crucé con un par de chicos, amigos ambos, que seguro me incluyeron en su conversación gracias a mi aspecto deplorable por el encierro, pero no me importó. Me tendrían pena por unos minutos, cuando entráramos, se darían cuenta de lo genial que puedo ser.

Y eso hice, me compré dos botellas de Tequila, me bebí la mitad de una en treinta minutos y pronto me convertí en el alma de la fiesta. No soy bueno bebiendo, hago muchas locuras, pero esas mismas locuras me llevaron a ser el centro de atención. Pol y Yon, los chicos de la fila, se unieron a mi alboroto y nos adueñamos de la pista de baile.

No sé cómo, al día siguiente despertamos los tres, con la mayor resaca de mi vida, en mi auto oloroso a vómito,  Tequila y marihuana. No recuerdo haber fumado, pero me emocionó la posibilidad de haberlo hecho. ¿Yo aburrido? Puras estupideces, ¡puedo ser genial! Puedo ser extrovertido, puedo meterme en problemas, puedo hacerlo.

Y así, cada día, sin falta, estábamos Pol, Yon y yo en la barra de Tequila Bar, hablando tonterías, fumando los cigarros condimentados que cargaba Yon encima todo el tiempo y divirtiéndonos con quien se quisiera unir.

Efímero [EN PROCESO]Where stories live. Discover now