32| Solo basta una caricia para sentirse libre

19 3 0
                                    

CAPÍTULO 32

Randy

Me han pasado muchas cosas, pero si algo he aprendido de ellas, es que a veces está bien dejar ir. A pesar de que valga la pena quedarse a luchar, no siempre es necesario hacerlo. Tal vez de eso se trata la libertad.

Así pienso hacerlo a partir de ahora. He andado toda mi vida oculto tras las sombras, con miedo a no ser suficiente, aferrándome a lo que pudiera, intentando no meterme en problemas, juzgándome sin piedad cada bendito día... Y las cosas aún no han cambiado mucho, pero ya sé que solo castigándome no conseguiré nada.

Así que por eso estoy aquí, estacionado frente a la casa de mi madre. Rayos de luz cruzan el cristal y caen sobre mis manos puestas en el volante. Los nervios me consumen desde dentro, pero debo hacerlo, no puedo seguir alargando más lo inevitable.

Hace casi tres meses cumplí dieciocho años, mi etapa como adulto está por empezar y es hora de que solucione los asuntos que tengo pendientes con mis padres. Y es complicado. Aún me siento lastimado, mi infancia y adolescencia fueron años de castigo, tal vez nunca me cure por completo, pero puedo cicatrizar las heridas. Empezando por mamá.

Tomo aire, miro la pulsera que rodea mi muñeca y, decidido, me bajo del auto, siendo recibido por una corriente de aire fresco.

Camino erguido hasta la entrada de la casa, que ahora me parece desconocida, y golpeo la madera. La ansiedad se acrecienta sobre mí, pero intento ignorarla, no puedo dejar que me sabotee esto. Por suerte, la puerta no tarda en abrirse y tras ella la observo. Igual que siempre, una mujer orgullosa, de aspecto elegante, rizos rojizos, perfume caro y una mirada ruda que ahora denota cansancio.

Mentiría si dijera que no me siento intimidado ante ella.

Trago saliva. Ella no demuestra ninguna emoción al verme, tan solo se aparta de la puerta y se aleja, dándome luz verde a entrar. Eso sí que me sorprende, pero es algo bueno. Un aroma a hortensias inunda la estancia, me fijo en que hay varios ramos de ellas en casa. La nostalgia me invade. Desde que me mudé con Carter no he vuelto para acá, solo una vez para buscar ropa. Ahora que él y yo rompimos me quedo en un motel. Este ya no es mi hogar. No tengo uno.

Recuerdo cuando mamá y yo llegamos aquí en Junio, listos para pasar otro verano tranquilo. Ahora estamos en septiembre y es increíble lo mucho que todo ha cambiado desde entonces. Conocí a Carter, me enamoré de él, perdí a los que consideré mis amigos, me sumí en la oscuridad, quebré (aún mas) la relación con mi familia, Carter me dejó y aquí estoy, de vuelta.

La vida es una rueda de situaciones inesperadas. No da tregua. Las cosas solo pasan, una tras otra, sin dar tiempo para asimilarlo, pero una vez te das la vuelta y miras todo lo que has pasado te das cuenta que, de alguna manera, has conseguido ser fuerte.

Al llegar a la sala me siento en uno de los sofás. La luz del mediodía se cuela por las amplias ventanas de la habitación y caen sobre el suelo alfombrado. Mi madre toma asiento en un sillón frente a mí y deja su celular a un lado. Aun así, no me mira a la cara.

Suspiro.

—¿A qué viniste? —Pregunta, con un tono seco y frío.

—Lamento no haber avisado que vendría, pero creo que tenemos que hablar —le respondo, denotando más seguridad de la que realmente tengo.

—No hay nada de qué hablar, te dejé muy claro lo que pensaba de ti la última vez que lo hicimos —me recuerda. Una punzada cruza mi pecho. No lo podría olvidar.

—¿Por qué eres tan cruel? ¿Acaso no te importo? —La pregunta flota en el aire. Ella no responde, permanece firme. He sido un iluso al creer que ella recapacitaría. Aun así, no pienso rendirme todavía—. Si lo que quieres es que me vaya y te deje en paz, lo haré. Lo prometo. Pero hablemos, por favor.

Efímero [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora