34| Flores marchitas en el parque

21 3 0
                                    

CAPÍTULO 34

Randy

Hay momentos en los que no importa cuántas tragedias ocurran en tu vida, solo debes sonreír y aparentar que todo está bien ya que, hoy en día, ser débil es un pecado y motivo de burla.

Estoy en la heladería, es viernes y la clientela de hoy es moderada y, gracias al cielo, agradable de atender. Todos los problemas de Carter me tienen tan abrumado como frustrado, ya que no es mucho lo que yo pueda hacer para ayudar, por lo tanto no tengo ánimos para soportar absurdos de nadie. De hecho, ni siquiera quería venir a trabajar, pero Carter insistió en que debía mantener mi rutina para no levantar sospechas.

Por suerte, no tardo en oír a través de la radio la melodía del himno nacional. Mediodía. Relajo mis hombros y dejo salir de mis labios un suspiro de alivio. Es agotador todo esto; fingir tranquilidad aquí, simular que soy fuerte frente a Carter, mentirme a mí mismo diciéndome que las cosas mejorarán... Solo quiero que acabe esta tormenta.

Sin esperar más salgo de la heladería, dejando que los tibios rayos del sol caigan sobre mi piel y las risas de los niños en la calle llegue a mis oídos. Atravieso el estacionamiento hasta llegar a mi auto, pero me quedo de piedra al ver una persona sentada sobre el capó.

Está distraído en su celular, aunque seguro no tarda en sentir mis ojos sobre él, ya que eleva el rostro y ambos compartimos una mirada que parece durar una eternidad. ¿Qué hace aquí...?

Por fin reacciono y frunzo el ceño.

—Fernando, ¿qué...?

—¿Podemos hablar? Será solo unos minutos —me interrumpe, guardando su celular. Lo detallo y veo al Fernando de siempre, con su actitud prepotente y superior. Siento una pizca de enojo al darme cuenta que su traición me sigue doliendo.

No quiero hablar con él.

—Lo siento, pero llevo prisa —miento, obligando a mis pies a moverse. Saco las llaves del auto de mi bolsillo y estoy dispuesto a irme de aquí. Como dije antes, no tengo ánimos. Lo último que quiero son más problemas.

Aun así, Fernando vuelve a hablar cuando abro la puerta del auto y consigue que me quede pasmado.

—Vine para disculparme, Randy.

Por poco suelto una carcajada. No puede ser verdad, ¿el chico más orgulloso y creído que conozco disculpándose conmigo? ¿Con el chico que él mismo dijo no era más que un raro antisocial? Creo que el insomnio me está afectando.

Ladeo la cabeza e, impulsado por la curiosidad, acepto.

—Tienes cinco minutos —sentencio, cerrando de un portazo mi auto. Fernando eleva las cejas, tal vez sorprendido por mi actitud cortante, pero ¿qué espera de mí? Lo que me hizo no fue gracioso y, a su pesar, el amigo sumiso que soportaba tratos estúpido ya no está.

Camino hacia él y me siento a su lado, en el capó del auto. Por suerte la sombra de un árbol nos cubre, ya que el sol del mediodía es despiadado e intenso.

Fernando se lleva una mano a la nuca y suspira.

—¿Sabes qué es lo que siempre me molestó de ti?

—¿Qué?

—Todo —confiesa.

Ruedo los ojos. ¡Vaya disculpa!

—¿De qué hablas? —Inquiero, incómodo con esto.

Fernando aprieta los puños y por fin se digna a mirarme a los ojos. En ellos brilla el resentimiento.

Efímero [EN PROCESO]Where stories live. Discover now