28| Calidez

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CAPÍTULO 28

Carter

La calidez y la nostalgia del atardecer se ciernen sobre mí.

Observar un atardecer de alguna manera siempre consigue darme calma cuando parece que todo a mi alrededor está en llamas.

A veces manejo hasta mi lugar oculto en la colina solo para sentarme sobre el césped, encenderme un cigarrillo y ver en primera fila cómo se desvanece el día con lentitud. Y ahí, en medio del silencio, acude a mi memoria el recuerdo distorsionado de mi familia, antes de que todo se quebrara... De la vida que solía tener antes de caer en el abismo de la ambición y la locura.

Cuando la luz se esfuma y queda solo la penumbra y el frío inhóspito de la noche, me alcanzan los demonios que se esconden en las sombras. Me atormentan y enloquecen gritándome al oído todas las cosas que llevan años doliéndome y contra las cuales jamás seré capaz de lidiar. Me apuñalan el alma con un cuchillo lleno de recuerdos, reproches y agonías.

Así funciona. En el día, me despejo con cualquier mierda. En la noche, soy víctima de mi cabeza. Sin embargo, durante el atardecer, en ese efímero y encantador momento, puedo respirar con serenidad y cerrar los ojos sin temor alguno. Es como ser abrazado por alguien que amas, te obsequia refugio y calor.

El atardecer de hoy tiene una energía curiosa, no sé por qué exactamente, tal vez sea yo quien lo ve así, quien cambió. Por primera vez, no siento pena por la llegada de la noche, al contrario, me encuentro ansioso porque oscurezca y llegue la hora de ir a la cama, donde estaré junto a un chico que me ofrece la misma calidez que el ocaso.

Desde que le dieron de alta en la clínica a Randall, se ha estado quedando en mi casa. Al inicio fue extraño para mí compartir mi soledad con él, pero pronto su presencia llenó las paredes de color y me dio una nueva visión. Al fin me siento tranquilo al despertar; verlo a mi lado, con los labios entreabiertos y el ceño ligeramente fruncido me da aliento.

Por primera vez, la vida no se siente tan mala.

Por primera vez, no me siento solo. Me siento libre.

Jamás pensé que estaría disfrutando de una vida normal, compartiendo mis días junto a alguien que sabe ver lo mejor de mí sin siquiera poder verlo yo. Llegar a casa y encontrarlo en el sofá, esperándome con su sonrisa acogedora, me llena de emoción. Antes vivía gris, pero ahora la vida parece ser dorada.

Ya comprendo por qué las personas anhelan el amor; estar con quien amas es como vivir en el paraíso.

—¡Basta! —Escucho gritar a Sara desde la cocina.

Giro los ojos y lanzo la colilla de mi cigarro por la ventana. Le doy una última mirada al cielo pintado de dorado y me encamino a la cocina para ver qué pasa con Sara y Nino, quienes al parecer no pueden quedarse a solas porque se matan.

—¿Por qué te molestas? —Ese es Nino, con un tono simulando inocencia.

—¿Y todavía lo preguntas, ridículo? —Responde Sara, furiosa. Me preocuparía si no supiera que siempre son así.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —Inquiero, apoyando mi brazo en el marco de la puerta de la cocina. Alterno la mirada entre ambos.

Sara está amenazando a Nino con una cuchara. Él está comiendo un pedazo de pan como si nada estuviera pasando. Sin embargo, al oírme se voltean hacia mí y me hablan al mismo tiempo.

—¡Carter! Dile que me deje cocinar en paz.

—¡Carter! Dile que deje de ser dramática.

—Oh, pero ¿a quién le dijiste dramática, payaso?

Efímero [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora