27| Fulgor

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CAPÍTULO 27

Randy

«La luz brilla en la oscuridad,

y la oscuridad jamás podrá apagarla».

Juan 1:5

Un rayo de luz cae en mi rostro, despertándome.

En medio del cansancio abro los ojos. Frunzo el ceño al verme rodeado de paredes blancas y máquinas extrañas. Intento sentarme, pero de inmediato siento una punzada de dolor en la cabeza, acompañada de un ligero mareo. Ahí es cuando capto que llevo una bata azul y que hay cables  conectados a mi brazo.

¿Qué carajo hago en el hospital? ¿Dónde están mis cosas? Debo buscar a Yon y a Pol... Oh, cielos. A mi mente llegan de golpe los recuerdos de la fiesta; las luces, la música, la multitud, el calor, la droga, el humo, el alcohol... Y luego yo cayendo sobre mi vómito, paralizado y con el corazón acelerado.

A partir de ahí no hay nada más que oscuridad.

Hasta ahora. La habitación está iluminada por la luz que atraviesa los cristales de la enorme ventana que hay junto a mi camilla. A través de esta puedo observar cómo las ramas de algunos árboles se agitan con el aire, además del cielo claro y despejado de la mañana. Sin embargo, se encuentra cerrada, por lo tanto la habitación parece un horno.

Tomo aire e intento bajar de la camilla con algo de dificultad, ya que me encuentro algo débil. Al mis pies sentir la frialdad del suelo, un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Aun así, me levanto y doy un par de pasos a la ventana, pero en eso la puerta de la habitación se abre.

Una chica castaña, de expresión arrogante, postura segura y un uniforme blanco, sin ninguna arruga, me observa con una ceja arqueada. Le sonrío, aunque eso no parece contentarla.

—¿Qué hace de pie? Tiene que estar acostado —me ordena, con un tono malhumorado.

—No me diga lo que tengo que hacer —contesto—. Tengo calor, así que me asomaré por la ventana unos minutos.

Ella niega con la cabeza y se acerca a mí, pero me aparto, irritado. Sé que es su trabajo, pero estoy harto de que me digan lo que debo hacer. Haré lo que quiera, y lo que quiero es algo de aire.

—Acuéstese, yo abro la ventana, pero...

—Ya le dije que lo haré yo —la corto, dirigiéndole una mirada severa.

Ella tensa la mandíbula y noto cómo su rostro se torna rojo.

—Tendré que llamar al doctor entonces —advierte, manteniendo su pose confiada, aunque sé que se le antoja tirarme por la ventana.

Me encojo de hombros.

—¿Y eso por qué debería asustarme? —Inquiero, abriendo por fin la bendita ventana. Una corriente de aire entra a la habitación y agita mi cabello. Sonrío.

—¿Quién se cree que es? Está enfermo —declara, lanzándome dagas con los ojos.

—Yo me siento bien y puede llamar al doctor, al presidente, a quien sea, pero de aquí no me muevo —sentencio, apoyando mi espalda en la pared y paseando la mirada por las calles del pueblo.

La enferma se rinde y se marcha de la habitación, murmurando algo entre dientes que no me molesto en oír. Así que, una vez solo, suspiro y dejo que mi mente se pierda en el azul del cielo, pensando en todo y en nada, en lo de anoche y en el pasado. En él.

Efímero [EN PROCESO]Where stories live. Discover now