Capítulo nueve

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Aunque Holden estaba reacio a ir a Irlanda, terminó por aceptar de mala gana. Sabía que no había lugar más seguro para ellos en el mundo que la isla, además de que así podría tener mejor recuperación luego del ataque. 

Mis hermanos y yo hemos hecho hasta lo indecible para encontrar a esos malditos italianos que se atrevieron a tocar a uno de los nuestros una vez más, pero son demasiado escurridizos. Siempre han sabido sortearnos de manera efectiva y audaz. Este juego del gato y el ratón ya me está fastidiando.

Miré la pantalla de mi computador y maldije en voz alta en cuanto perdí la señal y en la pantalla salió "Error". Por más que intente infiltrarme en su red, no he podido. Su sistema de seguridad es demasiado bueno, y al segundo filtro, me expulsa de inmediato como si me tratara de un virus.    

—Cuando los encuentre no habrá nadie que los proteja, cabrones de mierda —murmuré de malhumor, cerrando de golpe la laptop. 

Me recosté en mi silla, tratando de pensar en una mejor opción para encontrarlos. Ir a la guarida del lobo siempre ha sido la mejor de las opciones, pero Aedus no estará de acuerdo y tampoco permitirá que me exponga de esa manera, no cuando ha perdido demasiado a lo largo de los años. Aunque quiera aparentar frialdad con nosotros, sé de sobra que nos ama y que esta es su manera de protegernos para no perder lo que le resta de familia.   

De malhumor y con un punzante dolor de cabeza, salí de mi oficina y bajé al bar, mas no contaba que el lugar estaba ocupado con una bolita y un idiota demasiado sonriente. En cuanto me vieron pasar hacia la barra, hicieron silencio y la sonrisa de sus rostros se pasmaron. 

Podía sentir su mirada en cada movimiento que hacía y ese simple hecho terminó por enfurecerme. Podría soportar incluso la peor de las torturas, pero no ver al hombre que amo en compañía de otra. No soporto verlos tan cerca y sonrientes.

—Sigan en lo suyo —siseé, dándoles la espalda.  

No recibí respuesta por parte de ninguno de los dos y tampoco esperaba que me dijeran palabra alguna. Me sentía estresada y que la furia que me recorría amenazaba con explotar en cualquier instante, por lo que era mejor que siquiera me miraran o trataran de decirme algo que pudiera iniciar una guerra. 

Saqué una botella de whisky y bebí un largo trago directamente de ella, quemando mi garganta y mis entrañas en el proceso. Dejé la botella con fuerza sobre la barra y cerré los ojos, asimilando los vestigios de aquella amarga y fuerte bebida.   

Volví a llevar la botella a mi boca, pero antes de que pudiera beber un trago más, alguien me la arrebató de la mano. Tanner me observaba con el ceño fruncido y los labios apretados. 

—¿Qué crees que haces, imbécil? —gruñí— Dame la puta botella.

—¿Por qué bebes de esa forma? 

—¿Y a ti qué te importa si bebo o no bebo, carajo? —di media vuelta y empecé a caminar furiosa hacia la salida—. No es posible que ya no pueda beber en mi propia casa.

Salí de la casa hecha una furia. escuchando el llamado de Tanner a mi espalda, pero no le presté atención y caminé lo más lejos posible de ese lugar y de él hasta llegar al muelle. Me senté en el borde de la madera y me quité los zapatos y las medias, sumergiendo los pies en el agua.

Me quedé mirando por largos segundos el agua y la forma en que las pocas olas mecían mis pies a su ritmo. Estar allí resultaba relajante para mi alma, quizá porque se trataba de mi lugar.

Sentarme allí por horas a contemplar la inmensidad del mar y la manera en la que se une con el cielo, siempre será mi mayor pasatiempo favorito. No hay nada que me brinde más calma en la vida que observar los colores del cielo, contrastando a la perfección con el azul cristalino del mar.

Más que enojada por no hallar alguna pista que me llevara a los putos italianos y darles de baja como tanto lo anhelaba, me sentía frustrada y abatida por la última conversación que tuve con Tanner.

Sus palabras me dolieron como si se trataran de una daga llena de veneno directa al corazón. Destrozó todas las ilusiones que me hacía con él y me dejó en claro que no podía pasar nada entre los dos, ni ahora ni nunca.

Lo único que tenía de él y he guardado con el mayor de los recelos es un beso con sabor a la más amarga de las mieles y un collar que tiene gran significado, pero que justo ahora es como si fuese una soga al cuello y me estuviera ahorcando con ella.

Con este sentimiento tan abrumador y detestable que me abriga cada día, no podré cumplir mi venganza como lo tenía planeado. Todo es culpa de ese imbécil, que no ha hecho más que adentrarse en mi mente y corazón de manera mortal.

Ha pasado muchísimo tiempo, no nos habíamos visto por un largo año, así que, ¿cómo diablos mi corazón sigue latiendo y alterándose por su presencia? Verlo con otra es lo peor que he tenido que presenciar después de la muerte de mis padres, porque sus miradas y sus sonrisas ya no me pertenecen.

Reí con ironía. Realmente nunca me pertenecieron...

Fastidiada por sentir, y de una manera que no podía entender, decepcionar a mi padre aunque no estuviera viendo mis errores, arranqué de un tirón el collar que llevaba colgado al pecho.

Contemplé el dije por largo rato con el corazón latiendo con más fuerza de la debida y un enorme nudo en la garganta. No podía seguir sintiendo, eso era algo que mi padre me había repetido desde que era una niña.

«El amor, de toda clase de índole te hace débil, Blair. Nunca lo olvides. No ames. En este mundo no tenemos permitido sentir, o seremos los primeros en caer».

Papá seguía en mi mente como si se tratase de un fantasma. Por más que quisiera olvidar sus palabras, en esos momentos donde más me sentía frágil, su severidad llegaba de golpe a mi mente, recordándome todo lo que nos había enseñado.

—Te voy a olvidar —cerré los ojos, apretando el collar en mi mano—. Para siempre.

Me puse de pie y miré al frente. El mar estaba en calma, lo que significaba un mal augurio. No me gustaba que estuviera así de pasmado, porque en cualquier momento un desastre podía pasar.

Mantuve los ojos cerrados y levanté el brazo con toda la intención de lanzar el collar muy lejos de mí, pero una mano me aguantó la muñeca, impidiendo mi acción.

—No lo tires —susurró—. Si no tiene significado alguno para ti, dámelo de vuelta. Pero no lo tires.

Blair: Serie Walsh #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora