Capítulo treinta y uno

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Los minutos que pasaron antes de que las lanchas estuvieran a nuestra vista parecieron casi eternos. Las cuatro venían a gran velocidad, y como el mar estaba tan agitado, se alzaban con fuerza cayendo al agua.

Me aferré a Tanner para no caer en mis turbios pensamientos. En ese momento no tenía por qué mostrarme débil. Era lamentable lo que había sucedido, sí, pero ya no podía devolver el tiempo y evitarlo. No tenía más opción que enfrentar a mis demonios y hacerlos cenizas con su propio fuego.

Las lanchas se detuvieron a pocos metros del muelle y los trabajadores se encargaron de atarlas a cada uno de los postes de madera. El primero en bajar fue Aedus y le siguió Maxwell con una expresión seria y cansada.

Mis hermanos mayores se quedaron a unos pasos de nosotros sin decirnos ni una sola palabra, pero sus miradas estaban fijas en mí y cada parte de mi cuerpo, como si estuvieran buscando alguna herida que los médicos y yo misma hubiese pasado por alto. Se veían cansados y tensos, pero me alegraba tanto de verlos bien y sin un solo rasguño.

—¿Qué te ha dicho el doctor? —inquirió Aedus.

—No puedo esforzarme demasiado, pero estoy bien.

Asintió, dando la orden para que bajaran a los italianos de las lanchas y los llevaran a la bodega.

Así lo hicieron sin rechistar. Los hombres subieron a las lanchas y bajaron a los Berone de cada una de ellas. El menor de ellos estaba golpeado y con el rostro ensangrentado. El del medio tenía atadas las manos y, al igual que su hermano menor, de su cabeza se deslizaba la sangre chorreando por su nuca. El mayor de los hermanos era el más herido, aún así estaba lo suficientemente consciente mientras lo arrastraban por el muelle.

—El viejo escapó, pero es cuestión de tiempo para que lo atrapemos —dijo Maxwell—. Esa rata no se va a escabullir tan fácilmente de nosotros.

—Mi padre te matará primero, hijo de puta —siseó el menor de los Berone—. Acabará con todos ustedes.

Maxwell se acercó a él y le dio un fuerte puñetazo en el estómago que lo hizo retorcer de dolor y le arrebató hasta el aliento.

—Ni porque estés a punto de morir puedes callarte. Tu padre te la va a chupar en cuanto te haga pedazos, hijo de perra —dejó otro golpe igual de violento al anterior y el calor empezó a esparcirse por mi pecho.

Holden jamás fue partidario de la violencia, por lo que es el que menos pelea de todos. Por mi parte, aunque aprendí a luchar, mi fuerte nunca fue atacar a puños como Maxwell, que es una bestia para las peleas y no deja ir su contrincante hasta que la sangre se vea reflejada en sus nudillos. Aedus es un hombre más sádico y siempre he pensado que la tortura le genera gran placer y felicidad.

—Llévenlos a la bodega —ordenó Aedus.

Llevaron a los tres hombres hacia la parte de las bodegas y fuimos tras ellos, pero no me pasó desapercibida la mirada que me dio Gino, el único de ellos que estaba plenamente consciente y había sido inteligente en guardar silencio. Se veía sorprendido de que estuviera con vida, y no era para menos, si con todo lo que me hicieron era para que muriera en el acto.

Mientras ataban a los Berone y los colgaban de la viga que atravesaba la bodega, nos mantuvimos en un silencio sepulcral, cada uno demasiado perdido en sus propios pensamientos. Por mi parte, no podía sentirme más contrariada.

Ante nosotros estaban nuestros enemigos, aquellos que nos hicieron la vida imposible desde que ambas familias se declararon la guerra y la sangre empezó a caer de parte y parte, hasta la marca que dejaron en mi alma y en mi piel y que ha sido imposible de borrar.

En este momento lo que más deseo es que todo esto termine para siempre. Quiero ser libre, vivir mi vida y disfrutarla a plenitud. Quiero amar y ser amada, pero, sobre todo, quiero ser muy feliz junto a ese hombre que me sostiene de la mano con firmeza y no me ha dejado sola en ningún instante. Quiero soñar, volar y ver cómo funciona el mundo que se extiende a mi alrededor.

—¿Cuál fue el hijo de perra que se atrevió a tocarte? —inquirió Tanner, lúgubre y conteniendo su ira.

—Todos —respondí y el silencio que se instaló hizo detener el tiempo.

Tanner se acercó al más consciente de ellos y lo golpeó hasta que su rostro empezó a brotar sangre. Pasó al siguiente y dejando puños secos y salvajes en su pecho, estómago y cabeza, no se detuvo hasta verlo sangrar. 

Tanner estaba fuera de sí y lo dejaba en claro en cada golpe que daba. Lo hacía con una fuerza que podía jurar él mismo desconocía. Sus puños impactaban en los cuerpos de ellos y lo hacían de tal manera que les provocaba quejidos y que la escandalosa sangre brotara de ellos sin cesar. Jamás lo había visto tan fuera de sí como en ese momento, dando puñetazo tras puñetazo como si se trataran de simples bolsas de boxeo y no cuerpos que se quejaban y sangraban.

—Detente o los vas a matar a solo golpes y estos putos merecen más que simples caricias —dijo Maxwell, tomándolo de los brazos y apartándolo de ellos.

Contemplé a los tres hombres bañados en sangre y envueltos en quejidos y mi ser aclamaba por más. Maxwell tenía razón, no merecían morir con simples puñetazos. Quería verlos sufrir, desgarrarse de dolor mientras suplicaban en quejidos.

Aedus caminó hasta la parte de las llaves y abrió una en su totalidad, agarrando una de las mangueras por la cual salía un chorro potente de agua y guiándola hacia los cuerpos de los tres hombres.

El agua no solo limpió la sangre que había en ellos, sino también logró despertarlos y hacerlos muy conscientes del lugar y la situación en la que se encontraban.

Los tres se removieron, tratando de soltar les de los agarres, pero era imposible que movieran sus manos o sus piernas. Solo les quedaba sacudirse en el aire mientras eran azotados por el violento chorro de agua directo en sus caras.

Maxwell se arremangó los puños de su camisa hasta los codos y se acercó a ellos con un tubo metálico bastante grueso. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios, antes de golpear al primero de ellos en la espalda, arrebatándole un fuerte quejido que disfruté a gusto.

El segundo golpe fue para el mayor de los Berone, justo a la altura de su pecho y lo hizo gramar de dolor así como quitarle la respiración por unos segundos.

El tercer golpe fue para el menor de ellos, a la altura de su cabeza e hizo que la sangre rodara por todo su rostro. Lo dejó tonto con el golpe y parecía que lo había matado, pero los quejidos que soltaba dejaba en claro que aún seguía vivo.

Maxwell liberó toda su furia y salvajismo en cada arremetida, siendo tan violento como acostumbraba ser, vengándose de todo lo que nos han hecho. En cada golpe se veía reflejado el odio que lo corroía.

La venganza que había imaginado no se podía comparar a la que se estaba llevando a cabo. No solo era yo la que los hacía sufrir y hacerles pagar todo lo que nos debían, si no también estaban mis hermanos y mi novio, dispuestos hacerlos arder en nuestro infierno.

Lo único que dudaba era si ellos serían capaces de soportar la furia de todos nosotros, porque incluso Holden que ya no formaba parte de este mundo, estaba sediento por venganza.

***

HOLA, MIS AMORES. ESPERO SE ENCUENTREN NUY BIEN. 

LAMENTO HABER DEMORADO EN ACTUALIZAR ESTE LIBRO, PERO ME HAN SURGIDO ALGUNAS COSAS QUE ME HAN IMPEDIDO ESCRIBIR COMO TANTO QUISIERA. 

ME PONDRÉ AL DÍA CON ESTA HISTORIA EN LOS PRÓXIMOS DÍAS, PERO SÍ LES PIDO PACIENCIA, YA QUE NO ESTARÉ ACTUALIZANDO SINO ÚNICAMENTE DE A UN CAPÍTULO. 

ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DE ESTA SEMANA SANTA JUNTO A LOS SUYOS. 

NOS LEEMOS EL LUNES CON UN CAPÍTULO MÁS. 

NO OLVIDEN COMENTAR, VOTAR Y SEGUIRME.

LOS ADORO. 

BESOS Y ABRAZOS. 

Blair: Serie Walsh #2Where stories live. Discover now