Epílogo

123K 6.7K 2.3K
                                    


-¿Recuerdas cuando vine aquí hace unos años? –Solté una risa mordiéndome el labio.- Las cosas no han cambiado mucho, a decir verdad. Cambian lo que tú quieres que cambie, o eso me enseñaste. Cambian si tú lo permites, ¿no? Al menos, esa lección he aprendido de todo este viaje. Me acuerdo de la última vez que estuve aquí, simplemente estaba destrozada, me habían arrancado el corazón y tú eras la única persona que podía escucharme. Me das paz, me das la tranquilidad que necesito cuando mi vida es un maldito caos. Nunca te dije lo mucho que te quería, y eso sí que me cambió de una forma brutal. Me culpaba porque, quizás si hubiese sido más afectiva, quizás, no nos habríamos alejado tanto en esos últimos años. Te quiero, papá. Y no sé si me escuchas, no sé si estás ahí, no sé si hay algo al otro lado, pero me sienta bien contarte lo que siento. Sé que no vengo a verte a menudo, y es que mi vida es un auténtico caos, pero creo que no importa dónde estés si esa persona sigue presente en tu vida hasta el último día que la vivas. Algunos dicen que hasta que algo no se olvida, no muere realmente, bueno, yo creo que tú estás con nosotros siempre. Pero... ¿Te acuerdas de aquella chica que me rompió el corazón? Bueno, terminé casándome con ella. Y tengo dos hijos, una niña. Se llama Karla, me encantaría que la conocieses, es la niña más alegre del mundo. A veces me imagino cómo sería que la tuvieses en brazos y se me hace muy duro pensar que no va a conocerte. Le gustan las princesas, el color rosa aunque he intentado llevarla a algún partido de los Miami Heat, pero se ponía a llorar con tanto ruido, pero aun así tiene su propia camiseta. Luego está el pequeño, se llama Mike, como tú. A mi mujer le gustó mucho tu nombre, así que, ¿por qué no llamarlo así? De alguna forma siento que estás aquí, que tú estás con él y me acompañas. Es igual que yo, aunque a veces cuando lo veo jugando me recuerda a ti, adora los coches, tiene una colección entera de pequeños coches esparcidos por su habitación y ni siquiera sabe hablar y apenas se mantiene en pie. Luego... Luego está la chica. No sé si te dije cómo se llamaba, pero su nombre es Camila. Es la chica más guapa que puedas haber visto en tu vida, papá. No sé cómo pasó, pero me enamoré y no pude reprimir esos sentimientos que había rechazado durante años. Camila es perfecta, podría contarte muchas cosas sobre ella. Podría decirte que es una madre excelente, y una mujer maravillosa. Podría decirte que las pequeñas cosas se hacen las más grandes a su lado, o que cada día que pasa la quiera más. Es perfecta, papá y es mía. Ella dice que tuvo suerte de enamorarse de mí por el dinero, aunque ella lo odia, y yo... Yo creo que tuve suerte de encontrarme con ella en mi vida. Y... -Karla se estampó contra mi pecho abrazándome, y le di un beso en la frente. Con casi tres añitos, era incluso más adorable que cuando era un bebé. -¿Quieres decirle algo al abuelo? –Pregunté poniendo las manos a los lados de su cuerpo, y ella se frotó la mejilla con su manita.

-Abeloooooo -Solté una risa al escucharla, sentándola en mi regazo.

El horizonte se veía anaranjado por el crepúsculo de la tarde, y Camila se acercó a mí caminando por el césped con Mike de la mano. Andaba pasito a pasito, pero echó a correr de forma torpe hasta llegar hacia mí. Nunca pensé que iba a terminar así, con dos hijos por los que daría mi vida y con una mujer que era, a todos los efectos, perfecta.

-¿Cómo estás? –Puso un brazo por encima de mis hombros cuando me levanté, y la miré a los ojos.

-Feliz de que estés aquí.

El cementerio no es un buen lugar para llevar a tus hijos, pero Camila quería que conocieran de alguna forma a su abuelo. Ella creía en que había otra vida más allá de la muerte, quizás porque trabajaba en un hospital. Me contaba situaciones extrañas con algunos pacientes que habían muerto, y mi propia mujer no iba a mentirme.

-¿No me presentas? –Cogí a Michael en brazos, y ella a Karla. El pequeño llevaba el chupete puesto, y sus mejillas estaban rosadas, como las de su hermana.

-Papá, esta es la chica de la que te hablé, Camila. –Camila levantó la mano y miró al cielo con una sonrisa. –Este es Michael. –Posé mis labios sobre su frente para darle un beso tierno. –Y aquella es Karla.

-Abelooooooo -Repitió y Camila soltó una suave risa, acercándose a mí con ella en brazos.

-Gracias por traerme aquí. –Susurró ella con la sonrisa más noble que le había visto hasta entonces. –Gracias por mostrarme esta parte de tu vida que te faltaba por enseñarme. –Quería tanto a Camila que podría ponerme a llorar pensando en la suerte que tenía por que estuviese conmigo.

-Me gustaría que le hubieses conocido. –Solté a Michael en el suelo, justo a nuestro lado y ella hizo igual con Karla, los dos se quedaron sentados a nuestro lado. Pegué mi frente contra la de ella, poniendo las manos en sus mejillas, bajo su pelo, cerrando los ojos. –Dime que esto no va a acabar nunca. –Susurré en voz baja, rozando mi nariz con la suya.

-¿El qué? –Respondió Camila, casi murmurándolo.

-Tú y yo.

-No va a acabar nunca. –Negó con una sonrisa, acariciando la libélula tatuada en mi cuello.

-Mi padre quiso a mi madre hasta el día en que murió, y aunque nos casamos por lo civil... Si algo nos separa quiero que sea eso.

-Da igual cómo te pierda si un día lo hago, va a doler. –Sonrió algo triste, enredando sus manos en mi pelo. –Pero tengo el presentimiento de que pasaré toda mi vida contigo.

-Para eso nos casamos, ¿no? –Camila se echó a reír un poco, tapándose la boca con la mano. Odiaba su sonrisa, pero lo que ella no sabía es que era preciosa. –Para llegar a viejecitas sentadas en el porche de nuestra casa viendo el atardecer.

La besé de una forma tierna, sutil y dulce, acariciando sus mejillas con mis pulgares, y sintiendo cada centímetro de piel de Camila que rozaba la mía. Sentía su calor, y cómo mi corazón latía fuerte como si fuera la primera vez que nos besamos.

-Haces de todo una primera vez, y por eso nunca me canso de ti. –Esbocé media sonrisa ante aquellas palabras.

-Te amo, Camila. –Sonreí bajando mis dedos por sus brazos hasta coger sus manos y enlazamos estas. Colé los dedos por los huecos de los suyos y apreté para afianzar el agarre.

-Y yo a ti, nunca me cansaré de decírtelo, ni de recordarte lo maravillosa que eres en todo lo que haces. –La besé una vez más, algo más suave y lento, dejando que nuestros labios se quedasen a centímetros al separarse.

-Gracias por despertarme. –Solté un suspiro, miré su sonrisa y me la contagió. Estaba perdidamente enamorada de ella. –En todos los sentidos.

Y aquí llegó el final. Gracias a todos esos que me leyeron desde mayo, o quizás abril, desde que empecé con esta historia. No sé cuántos meses han pasado, pero duele terminar una historia, porque son como tus pequeños hijos, pero esta no tenía otra mejor forma que acabar a lo grande. Camila y Lauren se merecen tener un final feliz, porque para dramas ya tenemos la vida.

¡Nos leemos en otras historias! 


room 72; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora