CAPITULO 2

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                  MI CONVERSIÓN

Marchamos hacia Turquía al mando del Tribuno Liciano Craso, al encuentro de lo que sería una de las más vergonzosas derrotas de Roma. La contienda tuvo lugar en la desolada planicie de Carrhae. Luchamos fieramente, pero nos superaban en número, no lo podía creer, de verdad estábamos siendo masacrados y la única persona que ocupaba mi pensamiento en ese momento era  mi Julia, y en el poco tiempo que la disfruté como mi esposa.  La amaba, ella era lo único que me aferraba a este mundo.

Me encontraba tirado sobre una alfombra de cadáveres, la respiración agitada, una profunda herida sobresalía del abdomen. Me enderecé como pude, intentando incorporarme, hasta quedar sentado, visualicé a alguien acercándose, creí que sería un turco pero al enfocarlo bien, me di cuenta de su extraña apariencia. Lo observé, se inclinaba cerca de los cuerpos, los olfateaba, volteó su cabeza en mi dirección.

No puedo determinar qué era, estaba encorvado y su rostro muy pálido casi traslúcido. Sus brazos y dedos huesudos con largas uñas. La boca una sola línea y los ojos rojos, sin cabello, ni cejas o pestañas. Caminaba descalzo y sólo vestía una túnica que apenas lo cubría.

-¿Qué eres? -Le pregunté cuando lo tuve al frente.

No contestó, vi como su lengua puntiaguda y negra lamía los extremos de sus labios. Expedía un olor a putrefacción, como la misma muerte. Con uno de sus huesudos dedos tocó mi herida y lo mojo en mi sangre, lamiéndolo, su mirada se clavó en mí, haciendo que un escalofrío me recorriera la espalda. Me olfateó y sonrió de una forma siniestra. Mi vista se volvió borrosa, agonizaba.

-¿Quieres vivir ehhhh?

Su voz sonó gutural, sobrenatural. No era una pregunta, sonaba como una afirmación.

-Sí. -Logré contestar con mi último aliento.

-Te haré inmortal, pero a cambio quiero algo de ti.

-¿Qué? -Contesté ahogándome con mi propia sangre que empezaba a emanar de mi boca.

-Todo a su tiempo, algún día me lo cobraré Centurión Marco Aurelio.

¿Cómo sabía esa criatura mi nombre?

-Bebe. -Me dijo y un líquido amargo inundó mi garganta. -Bébelo si quieres regresar con tu esposa.

No objeté, en realidad tampoco tenía muchas opciones. Cuando terminé, se abalanzó sobre mí y sentí algo puntiagudo que atravesaba mi piel a la altura de mi cuello. Un dolor me envolvió y luego nada, perdí el sentido.

Me desperté desorientado, el sol de mediodía lastimaba mis ojos, me cubrí con el brazo y de inmediato recordé mi herida, pero al revisar, había desaparecido. ¿Acaso lo soñé? En mi interior conocía la respuesta, ¿Qué era esa criatura? ¿Un demonio del submundo? ¿Por qué estaba vivo? ¿Qué fue lo que bebí?

Me levanté sorprendido de la velocidad con que lo hice. Mi corazón latía más aprisa, las palpitaciones no parecían normales. Mi piel más blanca, tomé un casco que se encontraba tirado y vi mi reflejo, parecía ser yo, pero al mismo tiempo no.

Es cuando escuché el sonido de caballos galopando, afiné mi vista y logré ubicar a cuatro jinetes turcos. Imagine que venían a cerciorarse que no quedara nadie vivo y eliminar a los que aún lo estuvieran. Pude notar que aún se encontraban lejos, ¿Cómo era posible que pudiera verlos? Los esperé, duraron alrededor de veinte minutos en llegar, no me oculté. Uno de ellos me señaló y todos desenfundaron sus espadas acercándose a mí.

Mi garganta comenzó a arder como si quemara, coloqué mi mano cubriéndola llegándome su aroma. Un gruñido extraño salió de mi interior, como de animal en frente de su presa. En segundos sujetaba a uno de ellos, sentí un pequeño dolor en la encía y luego unos filosos colmillos sobresalieron que clavé en su cuello y succioné su sangre hasta dejarlo seco.

Los hombres me miraron con precaución, olía su miedo, y sonreí de una manera macabra. Al momento bebía del segundo mientras que los otros dos intentaron atacarme. Esquivé sus torpes intentos por agredirme, tomé a uno del brazo y lo fracturé, lo escuché gritar de dolor, su acompañante salió en fuga pero lo agarré de la capa y sin contemplación le doblé el cuello.

Me agaché junto al que aún seguía con vida, pude ver el terror reflejado en sus ojos. El olor de la sangre me enloquecía, me posicioné sobre él y nuevamente clavé mis colmillos mientras que el preciado líquido, dulce y tibio, acariciaba mi paladar.

Su corazón se detuvo, desechando el cuerpo una vez satisfecho ¿De dónde provenía mi fuerza? Reaccioné ante lo sucedido. ¿En qué me había convertido? Pensé en Julia, no podía regresar a ella ¿Y si le hacía daño? jamás me lo perdonaría. Prefería que ella creyera que había muerto, quería vivir por ella pero no despertar siendo un monstruo.

Sin tener a donde ir, me dirigí al pueblo más cercano. No conocía el territorio pero me fue fácil llegar, la esencia de la sangre me atraía como abeja a la miel; la podía oler a kilómetros. Seguí movilizándome, dejando un rastro de muerte a mi paso, por mi incontrolable sed. Otra particularidad es que creció mi deseo carnal, necesitaba estar acompañado, pero nunca quedaba satisfecho. Me tomó años poder controlar ambas cosas por completo.

Otros dones adquiridos fue el poder de manipulación, si le ordenaba a alguien que se tirara de un barranco, lo hacía, además de mi velocidad, fuerza y mis sentidos como el oído, olfato y la vista se incrementaron.

Decidí aislarme, pasaron años en soledad, sin tener contacto directo con los humanos, únicamente me servían para alimentarme. En las noches soñaba con Julia, añoraba escuchar su voz, perderme en sus ojos azules, tener su cuerpo entre mis brazos, embriagarme de su fragancia, hacerle el amor. Pero mi destino marcado por su ausencia, ma atormentaba. Odiaba la idea que estuviera con otro hombre, me carcomían los celos, pero no podía ser tan egoísta, yo  renuncié a ella, por su propio bien, o eso me obligaba a creer.

Llegó un momento en que me cansé de mi aislamiento, cuando al fin pude tener dominio sobre mí mismo, transcurridos alrededor de 20 años después de mi conversión, comencé a tratar con las personas de la alta sociedad. En poco tiempo llegué a amasar una pequeña fortuna que fue creciendo más y más, con la cautela de mantener mi vida en privado.

El tiempo me hizo sabio y cauteloso y supe guardar mis intereses. Jamás me volví a enamorar, mi corazón tenía dueña, nadie podría llenar el vacío que Julia dejó, o eso pensaba, hasta que la conocí a ella.

CONTIGO EN LA ETERNIDAD Where stories live. Discover now