CAPITULO 11

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              EN EL APARTAMENTO
Su apartamento es enorme, decorado con discreción pero muy a la moda. Me dejó en la sala y yo tomé asiento en el amplio sillón color marrón. ¡Dios es tan suave y acogedor! Me vi acariciando el forro aterciopelado. Regresó a los pocos minutos con un pantalón deportivo de algodón. Me lo puse y aunque me quedo grande al menos cubrió mis piernas.

-¿Estás bien? -Me preguntó con la mirada cargada de angustia.

-Sí, gracias a ti. Otra vez me salvas la tanda, no tengo como agradecerte.

Se sentó a mi lado y mi pulso se aceleró, me quede observando como una tonta sus labios, quería besarlo, saborear su néctar. Me sonrojé ante mis pensamientos, yo no soy así ¿Qué me está pasando? Bajé la mirada avergonzada de mi misma.

-Mañana te acompañaré a que recojas tus cosas, no irás sola.

Lo miré agradecida, lo que menos deseo es encontrarme con este tipo de nuevo, pero después caí en cuenta que de seguro me iba a despedir ¿Cómo le pagaría el dinero que le debía? Mis ojos se humedecieron y él noto mi cambio de humor.

-Naoli dime ¿Qué tienes?

-Le debo dinero, mucho dinero. - Comencé a hablar sin tener control sobre mis palabras. -Te acuerdas lo que te conté en el almuerzo sobre el préstamo y ahora, seguro me despide y cómo voy a.... -No puede terminar ya estaba llorando con desconsuelo.

-Shhhh, calma. -Me acaricia la mejilla. Sólo ese contacto, y mi piel se pone de gallina.

-¿Cuándo le debes?

-Mucho. -Contesté entre sollozos.

-¿Cuánto Naoli? -Quiso saber sin quitarme la vista de encima.

-Veinticinco mil dólares.

-Entiendo. -Contestó levantándose y cogiendo su móvil que había dejado en la mesa de vidrio situada en medio de los sillones de la sala. -Ya vuelvo, estás en tu casa, siéntete cómoda, no me tardo.

Ingresó a la cocina pero hablaba tan bajo que no fui capaz de escuchar la conversación. Regresó a los pocos minutos.

-He pedido comida china, ¿Espero te guste?

-Me encanta. -Respondí sonriendo, hasta ese momento me di cuenta que estaba hambrienta.

Colocó el móvil de nuevo en la mesita y se volvió a sentar a mi lado.

Un incómodo silencio inundó la estancia, tenía sus dedos entrelazados, había tensión entre los dos, lucía nervioso al igual que yo. Nos miramos un par de veces e intercambiamos sonrisas ¿Qué demonios hacía yo ahí? ¿Por qué no le pedí que me llevara a casa? Simple, porque quería estar con él, el mayor tiempo posible aunque eso significase silencio entre ambos, me conformaba con su compañía.

El timbre de la puerta me sobresaltó, él abrió y recibió la comida. Me hizo señas para que lo siguiera a la cocina. Ahí me sirvió en un plato y me preguntó qué deseaba beber, le acepté una coca cola y me acomodé en la silla de madera que rodeaba el desayunador. Él se sentó del otro lado, noté que él no se sirvió.

-¿Tú no comes? -Le pregunté extrañada.

-No tengo apetito.

El olor de la comida hizo que mi estómago gruñera reclamando el alimento. Fue vergonzoso pero él sólo sonrió. Mis mejillas nuevamente se sentían calientes, comencé a comer y él se limitó a observarme, es incómodo, pero después le resté importancia. Técnicamente lo devoré y él recogió el plato y lo colocó en el fregadero.

CONTIGO EN LA ETERNIDAD Where stories live. Discover now