Corre

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Aún podía sentir los estragos de la última tortura haciendo meollos en su cuerpo. Se encontraba hecha un ovillo en el suelo de la celda húmeda y fría, sin embargo, prefería mil veces sentir la piedra de la superficie en su espalda que el metal de aquella mesa donde la amarraban para extraerle su sangre de manera inhumana.

Tenía frío, su cuerpo se estremecía mientras ella apretaba las manos en un inútil intento por dejar de sentir dolor. Eso sin contar lo mucho que le ardía la garganta por los gritos que soltó y que siempre pasaban desapercibidos por los habitantes del hotel. No que alguien la pudiera ayudar; los que eran esclavos —o prisioneros— como ella, sufrían de torturas y permanecían encerrados en diferentes áreas. Ella era la única que pasaba de un lugar a otro haciendo diferentes tareas.

Limpiar, servir, recoger restos de toallas ensangrentadas, incluso limpiar las heces de otras celdas, eran su pan de cada día. Los únicos momentos en los que no servía en el hotel eran los días de extracción, pues terminaba demasiado afectada para hacer cualquier otra cosa.

Sus dientes tiritaban a la par que lágrimas escapaban de sus ojos. Estaba cansada de esa vida, de no saber de su familia y de ser la causante de tantas muertes.

La imagen del cuerpo de aquella chica se iba a quedar grabada en su memoria junto con otras cientas: no reaccionó bien a su sangre, por lo que la piel se fue pegando a los huesos de manera lenta y dolorosa. Los alaridos de la joven solo sirvieron para que Reiku observara con fascinación lo que su sangre era capaz de hacer ante el rechazo entre células. Al final pidió que el cuerpo fuera desechado junto con los otros Normis que no soportaron modificaciones.

Suspiró de manera temblorosa y con mucho esfuerzo se incorporó, apoyó la espalda en la pared de piedra y cerró los ojos antes de levantar el rostro en una silenciosa súplica. Sentía repulsión por el poder que corría por su sangre, odiaba ser la razón por la que cientos de personas morían, pero detestaba más que el maldito la obligara a ver para aumentar su agonía.

Escuchó voces masculinas a lo lejos y se estremeció, apenas había terminado su sesión, no era posible que ya la fueran a sacar. No se podía mover, le dolía hasta respirar.

—Sakura —susurraron desde las sombras a su izquierda.

Abrió los ojos sintiendo algo de alivio y giró el rostro con una muy diminuta sonrisa sobre sus labios.

—Ian, gracias a Dios eres tú —masculló antes de aclarar su garganta y observar al mencionado acercarse a su celda.

Iris de color plateado con un toque de morado la miraron con una profunda preocupación y algo a lo que solía llamar amor.

—¿Estás bien? —cuestionó en voz baja.

Sakura tragó con dificultad antes de asentir una sola vez.

—Tan bien cómo se puede estar —respondió al obligar a su cuerpo a despegarse del muro para fingir que nada le afectaba como en realidad lo hacía.

El hombre frente a ella tenía largo cabello de color plateado sostenido en una coleta. Sus facciones eran delicadas pero a la vez masculinas. Tenía mejillas prominentes y una nariz un tanto puntiaguda; aunque físicamente era muy atractivo, había algo en él que la atraía como si fuera un imán.

Él vio hacia un lado antes de regresar la mirada a ella, parecía nervioso.

—Están en el cambio de turno —masculló con cierta urgencia.

La chica lo vio confundida, incluso ladeó la cabeza, dejando que su cabello castaño cubriera parte de su rostro.

—¿Lo hicieron antes? —Ian asintió varias veces mientras metía una mano a la bolsa de su pantalón de donde sacó un llavero. Ella inmediatamente reconoció el conjunto de llaves—. ¿Qué haces con...?

El poder en unoWhere stories live. Discover now