Escape del aeropuerto

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El sol se había posado sobre el inmenso aeropuerto nacional de Haneda. Ubicado a catorce kilómetros al sur de Tokio, cientos de personas caminaban de un lado a otro cargando maletas; algunos esperaban vuelos, mientras que otros iban llegando de algún lado del continente asiático.

En medio de los viajeros, una chica delgada de mediana estatura con largo cabello castaño claro sostenido en una despeinada coleta, observó el lugar con sus ojos color verde esmeralda. Su rostro tenía facciones muy finas que la hacían ver un tanto aniñada, sin embargo, su expresión denotaba un intenso miedo.

Caminó de un lado a otro tratando de encontrar una manera de salir del lugar sin tener que exponer su sangre. Sabía que no podía pasar más tiempo dentro de la terminal, pero al bajar del avión se dio cuenta de que había filtros en cada puerta.

Tomó asiento, resignada, en una banca e intentó no llorar.

La subieron al primer avión que estuvo a punto de despegar. No idearon un plan, todo fue tan inesperado y acelerado que ahora no sabía qué hacer, pues no tenía manera de pasar por los filtros sin ser descubierta. Lo peor era que no tenía a quién acudir, pues la persona que la ayudó a salir del hotel y abordar el avión para ese momento ya estaba muerta... O peor, en la sala de tortura.

—¿Qué voy a hacer? —se preguntó en un susurro poniendo las manos en su rostro.

Se quedó en esa posición unos segundos antes de llevar las manos hasta su cabeza y pasarlas por su cabello.

No tenía idea de cómo salir, casi sería mejor entregarse que esperar a que la atrapasen.

Negó dos veces y suspiró ligeramente antes de llevar la vista al frente, frunció un poco el ceño al notar que una mujer caminaba hacia ella. Parpadeó varias veces tratando de convencerse de que no la veía fijamente, pero se alteró al darse cuenta de que efectivamente lo hacía y que, incluso, iba en su dirección.

Jadeó ligeramente y abrió los ojos con temor antes de levantarse a gran velocidad para dirigirse al baño a grandes zancadas. En su mente estaba segura de que era una agente encubierta que había interpretado de manera correcta su actuar, y ahora pretendía averiguar qué hacía dando vueltas en el aeropuerto.

Entró a su destino con el corazón resonando en su cabeza y se encerró en el último cubículo antes de caminar hacia atrás hasta quedar pegada a la pared del fondo. Su respiración se volvió frenética a causa del temor que la invadió al escuchar pasos detenerse frente a la puerta. Su estómago se revolvió al grado de dolor y tragó pesado al darse cuenta de que no tenía escapatoria. Observó los negros zapatos asomarse por debajo de la puerta y se preparó para lo peor.

—Hola —dijo una voz aparentemente tranquila y amable. La chica se hizo más atrás y se encogió un poco al recordar que no podía dejarse llevar por las apariencias—. No te preocupes, no soy agente.

«Sí, claro» pensó con sarcasmo la que se escondía. Cómo si los mencionados se fueran a delatar al tener como prioridad atrapar a los Peris.

De pronto escuchó el roce de ropa y las manos de la extraña aparecieron donde segundos atrás sus pies estuvieron. Notó con sorpresa la ausencia de puntos rojos, que eran las marcas que dejaban los filtros al tomar sangre. Frunció el entrecejo y se quedó pensando un momento. Estaba más que penado brincarse los filtros, pues era admitir que la sangre era distinta a la de los Normis; pero también sabía por experiencia que los agentes se hacían pasar por gente especial para atrapar a los Peris.

Suspiró y tras cerrar los ojos, agitó la cabeza, de todos modos estaba atrapada. Si no era esa agente sería otra.

Empuñó las manos con fuerza y, tras tomar valor, abrió la puerta con suma lentitud. Una vez que asomó la cabeza, del otro lado encontró a la misma mujer que caminó hacia ella en la terminal.

El poder en unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora