Epílogo

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Un libro se cerró con fuerza.

—Que montón de patrañas —murmuró el irritado lector.

No sabía qué le molestó más, que su prima le hubiera pedido que leyera ese libro, o que de hecho, estuvo casi toda la semana encerrado para hacerlo.

¿Quién leía libros de todos modos? Ya todo estaba digitalizado.

Se frotó sus ojos color ambar con frustración; tantos capítulos y problemas para que al final todos murieran.

Revisó una vez más las hojas, no podía creer que no hubiera autor... ¿A quién le reclamaría el final?

Escondió el libro debajo de su cama, jamás admitiría que pasó horas leyendo una historia de amor.

¿O era ciencia ficción?

Pasó una mano por su cabello castaño despeinándolo más de lo que ya estaba. Tal vez su prima sabía algo del autor... Pero preguntarle sería admitir que leyó.

Agarró sus muletas y decidió salir de la recámara.

«Eso me pasa por no poner atención en el campo, lesionarme, y tener que hallar algo que hacer para no morir de aburrimiento» pensó con enojo.

Cerró la puerta con cuidado detrás de él y se puso a caminar con ayuda de sus muletas.

De vez en cuando era un problema vivir en una casa tan grande, en su actual estado tardaba más de quince minutos en llegar a la cocina. Afortunadamente su madre le contrató un mayordomo, aunque a veces lo hacía sentir un inútil.

Pensó de nuevo en ese extraño libro sin autor... Su prima le pidió que lo leyera porque al parecer sus padres se basaron en él para nombrarlos. Y parecía que las familias de sus amigos los imitaron.

Sacudió la cabeza, de seguro uno de los padres trató de incursionar en el área de la literatura y ese fue su único trabajo.

Llegó a lo que era la sala de estar de su casa y se dejó caer en un sillón individual cuando escuchó voces que se acercaban, observó su reloj con el ceño fruncido, con razón, ya casi era hora de comer.

—Un día de estos la vas a sacar de sus casillas... —Escuchó.

Entornó los ojos, sabía quiénes estaban hablando y a quién se refirió.

Una risa resonó después de ese comentario.

—Esa es mi meta diaria. —Otra voz respondió, divertido.

Ambas personas llegaron hasta donde él yacía sentado, ojos grises y azules los vieron con interés.

—Creí que pasarías otra semana encerrado en tu depresión —señaló el primero al dejarse caer en otro sillón.

—No estoy deprimido —alegó el lesionado.

—Te perderás la final, ni modo, así es esto —concluyó el de mirada azul al quitarse sus lentes para limpiarlos con su camisa.

—Eres un dramático, Zia —murmuró el de ojos grises al mirar al techo.

—Mira quién habla, si no mal recuerdo, en un partido contra Dara y Akemi te tiraste al piso fingiendo que mi prima te había pisado —se burló el aludido.

—Eso es cierto, Lien —aseveró el de lentes entre risas.

El mencionado los miró con enfado.

—Tú derramaste lágrimas enfrente de las mamás para que no nos castigaran por quitarle las cabezas a sus muñecas, Ezra —lo acusó.

El aludido se encogió de hombros.

—Tenía seis años —le recordó y entrecerró los ojos—. Además fue tu idea, Lien; molestas a Dara desde que tengo memoria.

El poder en unoWhere stories live. Discover now