Capítulo 3

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Histeria. Eso es lo que siento. Estoy incluso más nerviosa que la primera entrevista y pensaba que era difícil de superar, pero teniendo en cuenta mi experiencia pasada, seguramente, por el camino, haya un tiroteo en mitad de la ciudad y me revienten las ruedas o quizás, un tío me robe el coche o me lo absorba un OVNI para hacer experimentos con mi cuerpo. Todo se puede dar en mi vida.

Voy bajando despacio las escaleras de mi casa para no caerme. Mi móvil comienza a sonar y veo el nombre de 'Kilian' en la pantalla. Ruedo los ojos y descuelgo.

–¿Puedes, por favor, recordarme por qué te di mi número? –Le pregunto mientras me meto en el coche.

–Es el efecto 'Kilian', nena.

–Yo pensaba que ese efecto era el aumento de las ganas de asesinarte. –Digo poniendo el teléfono en manos libres mientras arranco el coche.

–Si tu forma de asesinarme, es a polvazos, Blancalefa, puedes dejar tu instinto asesino libre.

–Te voy a colgar. –Suelto rodando los ojos, consciente de que no me ve.

–¡Eh! Que te llamaba para desearte suerte para que no atropelles a nadie por el camino. Ese honor solo lo puedo tener yo.

–Gracias. Sabes que siempre estaré dispuesta a atropellarte de nuevo. –Respondo y le escucho soltar una risa al otro lado del teléfono. –Gracias por llamarme, pero tengo que colgar. No puedo conducir y ser ingeniosa al mismo tiempo.

–¡Espera! ¿Por qué no te pasas después de la entrevista y vemos una película? Te dejo elegir, aunque estaría muy bien qué me enseñaras tu trabajo tras la cámara...

–No sé... No te has esforzado mucho. Me gusta hacerme de rogar... –Me miro en el espejo retrovisor y me retoco el pintalabios.

–Venga... Te dejaré que me firmes a Murphy.

–¿Quién es... Espera. Dime que no has puesto nombre a tu escayola.

–Va a estar un mes y medio conmigo. –Se queja con voz de niño pequeño. –No puedo llevarla así como así. Además, le pega. Es ley de Murphy que si algo puede salir mal, posiblemente, salga mal. Pero, dejémoslo, ¿te he convencido?

–Me lo pensaré. Adiós, pesado.

–Menudas confianzas, Spencer. Te veo luego.

Y cuelga sin que me de tiempo a mandarle a la mierda. Ruedo los ojos y salgo a la carretera, esta vez, creando yo el atasco para no atropellar a nadie más.

Tras 45 minutos, consigo llegar a mi destino. Aparco un poco más lejos del edificio pues está todo hasta arriba.

 Nueva misión: Tengo que llegar a la productora sin morir en el intento, va a ser un camino duro, pero lo lograré. 

Voy caminando temerosa, mirando a todos los lados, con mi bolso bien puesto y apretado por si alguien quiere robármelo. Es de Prada. No me extrañaría que alguien lo intentase entre tanto bolso de imitación. Un tío me observaba y se acerca rápido a mí. Yo empiezo a andar más rápido pero él lo es más que yo. Entonces, me coge del brazo.

–Perdona, niña. Tienes papel higiénico en el tacón. –Me dice señalando mi pie. Me quedo estupefacta. Pensaba que iba a robarme y entonces, me muero de la vergüenza por mi prejuicios.

–Muchas gracias.

Él me sonríe, me guiña un ojo y se va corriendo hacia otro lado. 

Maldita cabeza sucia.

Al fin, llego a la puerta y me acerco a recepción donde una mujer rubia de ojos azules, guapa como ella sola, me dedica una amplia sonrisa y me indica que tengo que subir a la tercera planta. La doy las gracias y me giro sobre mí misma para ir al ascensor con mi genial suerte (gracias, Tiqué) de chocarme con un tío y tirarle el café encima. Él gruñe algo y me mata con la mirada.

[ENTRE DOS PAREDES] Where stories live. Discover now