Capítulo 14

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Los hombres son unos gilipollas. Tras mucho reflexionar, he llegado a esa conclusión. Excepto mi padre. Mi padre es perfecto y el que diga lo contrario, está mintiendo.

No he querido saber nada ni de Kilian ni de Hudson durante unos cuantos días. Hoy me toca trabajar con el segundo y pienso evitarle lo máximo posible. Me pegaré al culo plano de Cal y no me despegaré de él en toda la mañana si es necesario.

Cojo mi bolso donde he guardado todas mis cosas, abro la puerta de la calle y me topo de frente con Kilian a punto de llamar al timbre. La sorpresa y el susto que me llevo, son más que palpables. Me cruzo de brazos y levanto una ceja apoyándome en el marco de la puerta intentando hacerme la interesante y la fuerte.

–Hola, Spencer. –Dice en lo que parece un intento de tono serio. –Tenemos que hablar.

–Tienes tres segundos y no exactamente para hablar, sino para irte de aquí si no quieres saber lo que es una Peterson enfadada.

–Lo siento, Spence... –Dice poniendo cara de niño bueno. Resoplo, cierro la puerta de mi apartamento y empiezo a bajar las escaleras. No quiero escuchar sus disculpas. Soy una blanda y no se merece el perdón, ¡me dejó tirada! –No pases de mí, por favor... Sé que la cagué... Joder. Pero es que ese tío... Sé lo que quiere de ti, más ahora que está soltero y me da miedo que estropee nuestra... ¿Follamistad?

–Habla chucho que no te escucho. –Contesto poniéndome los dedos en las orejas. Abro la puerta del portal y salgo. Busco mi coche y cuando lo diviso, camino hacia él todo lo rápido que mis tacones me permiten con la mala suerte de que me tropiezo con mis propios pies. Estoy a punto de comerme el suelo pero Kilian me sujeta y me pega a él.

–¿Ves como no puedes vivir sin mí? –Pregunta con una sonrisa socarrona. Ruedo los ojos, le doy un empujón y comienzo a andar de nuevo. Mentiría si dijera que no me ha puesto cachonda esa maldita sonrisa de gilipollas que tiene, pero Spencer Peterson se tiene que hacer de rogar. O intentarlo al menos. Me subo al coche y antes de que pueda echar el pestillo, el enfermero se monta en el asiento del copiloto.

–Pienso denunciarte por acoso. –Gruño cruzándome de brazos. Clavo mis ojos del color del chocolate en los suyos del color de los pitufos. Pero no un pitufo guapo, sino el más feo de todos.

–¿Te recuerdo que fuiste tú la que encontró mi dirección y que todavía no sé cómo? –Pregunta levantando una ceja. Mierda. Punto para él. –Mira. Sé que a veces puedo ser un capullo, porque lo soy, pero, joder, me lo paso muy bien contigo. Eres divertida, ingeniosa y no sé, te considero una gran amiga.

–¡¿Amiga?! ¡Socorro! ¡Me acaba de dar una patada en el culo que me ha mandado directa a la friendzone! –Grito abriendo los ojos con cara de horror. Kilian se muerde el labio e intenta no reírse, pero no lo consigue y suelta tal carcajada que el sonido retumba en las paredes de mi coche.

–Eres mi amiga, ¿o no? –Se mofa. Yo no le veo la diversión por ningún lado. –Vamos, nena... Me he presentado en la puerta de tu apartamento. Cualquier mujer desearía que lo hiciera.

–¿No lo has hecho nunca?

–Con Kevin. –Admite encogiéndose de hombros. Me echo hacia atrás en el asiento y resoplo.

¿Por qué no podré ponérselo un poco más difícil? Asquerosa genética de mi padre.

–Pero como vuelvas a decir que soy tu amiga, te prometo que no volverás a tocar mi perfecto trasero en lo que te queda de vida, 'nene'. –Le aviso. Él me dedica una sonrisa radiante, me coge de los mofletes y me planta un beso. Muerde mi labio de abajo y después, profundiza el beso llevando sus manos al inicio de mis vaqueros. –No te emociones, que tengo que ir a trabajar.

[ENTRE DOS PAREDES] Where stories live. Discover now