Capítulo 22

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Las mejores amigas se podrían definir de dos maneras. O como un angelito que te dice siempre que hagas el bien o como un demonio que te incita a pecar y hacer maldades. Quizás, muchas veces, pecar sea las mejores de las opciones o quizás la más inteligente. Gina, sin duda, es el demonio vestido de Prada y siempre intenta llevarme por el mal camino. Yo, un angelito al que parece que le gusta que le griten.

Entre charlas y discursos sobre que soy gilipollas por ser como soy, que tendría que tener un poco más de Picardía y que olcutsr informació no significa mentir, que una mentira piadosa no está tan mal, he decidido ir a ver a Kilian y confesarme para que al final de mis días, San Pedro me abra las puertas del cielo. También es verdad que he sacado los genes de no poder callarme las cosas que me rondan por la cabeza de mi padre pero eso es otro tema.

Kilian me ha pedido que le vaya a recoger a la puerta del hospital en coche porque últimamente le duele la pierna y a pesar de comerse turnos de 24 horas de pie, no quiere forzarla. No quiero juzgar su profesión pero tienes que tener verdadera vocación para pasarte allí toda la vida. Así que, aquí estoy. En el coche. Con una canción de A Day to Remember sonando en la radio y tarareándola para mí misma. La puerta se abre y un sonriente Kilian entra guiñándome uno de sus claros ojos. Lleva el pelo un poco más largo de lo que suele llevar formándose por ello unos cuantos rizos en él. La culpabilidad invade i cuerpo y enseguida quito mis ojos de él para clavarlos en la carretera. 

–Hola, nena, ¿qué tal tu día? ¿Me has echado mucho de menos? –Me pregunta con su habitual tono jocoso y acariciando mi muslo, intentando provocarme.

–Me he quedado dormida en el sofá viendo una película de mala muerte mientras que la baba se me caía así que se podría decir que no; no te he echado de menos.

–Yo he tenido que pinchar el culo de un hombre que parecía no haberse duchado en años. –Contesta fingiendo un escalofrío. –Y he llevado a un chaval de unos 17 años por el buen camino.

–¿Le has dicho que se haga enfermero para tirarse a enfermeras en los cuatros de medicamentos? –Pregunto con una sonrisa de medio lado hasta que me doy cuenta de la pulla que le acabo de soltar. Él parece haberse dado cuenta también porque suspira y a pesar de que la música esté un poco alta, he conseguido percibirlo.

–Le he dado consejos sobre una chica que ha venido a visitarle. –Dice mirando por la ventana. –Creo que esta tarde se lo va a pasar genial... Quería contártelo como anécdota pero parece que alguien es realmente rencoroso.

–¿Yo? ¿Rencorosa? –Pregunto con sarcasmo. Entonces, recuerdo que me he tirado a Hudson y que tengo que decírselo. Disminuyo la velocidad porque ya hemos llegado al lugar a donde quería llevarle y al pararme, no me desabrocho el cinturón.

–Tienes cara de haber visto el culo del tío del que te he hablado. –Bromea con una de sus sonrisas juguetonas. –¿Todo bien?

–Bueno... Depende de a qué te refieras con 'todo'.

Una canción bastante ruidosa inunda el espacio de mi coche y esta vez no es mi radio, sino el móvil de Kilian que busca toqueteándose los bolsillos. Al encontrarlo, lo descuelga y se lo lleva a la oreja con una sonrisa de oreja a oreja.

–Hola, preciosa. Sí, ya he salido, ¿por qué? –Parece que la otra persona le está contando algo terrible porque su gesto comienza a cambiar para ponerse serio y terriblemente blanco. –¿Que Aria qué? –Grita casi tirándose de los pelos por lo que está escuchando. –Voy para allá. Sí. Me da igual, mamá. Cojo el primer vuelo. Sí. Adiós. Y yo. Avísame con lo que sea.

–¿Todo...

–Llévame al aeropuerto. –Suelta en un tono serio y tragando saliva.

–Pero, ¿qué ha...

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