Destinadas

Capítulo 1. Un destino*

—¡Dale Clara! Que ya nos espera Ámbar en el parque—gritaba el pequeño niño rubio con el ceño fruncido, al ver que su amiga platicaba amigablemente con aquel muchachito, como Nicolás solía referirse a él en la mente.

—¡Ya voy!—le gritó ella de vuelta, y se giró a ver al niño de ojos lindos que siempre le hacía sonreír—Debo irme, Gastón, mañana seguimos platicando—se despidió sonriente.

Está bien, me gusta platicar contigo, nos vemos mañana–le respondió Gastón, devolviéndole la sonrisa.

Clara le sonrió por última vez, para luego girarse y correr en dirección a su mejor amigo, quien ya la esperaba montado en su bicicleta con la guitarra recargada en la llanta trasera, al llegar a él tocó con su dedo índice la frente del niño rubio mientras reía al ver su cara de molestia.

–Te ves feo enojado–le dijo riendo, Nicolás frunció aún más el ceño, lo cual la hizo volver a reír.

–No le veo lo gracioso–gruñó apenas conteniendo la risa, sin poder admitir lo mucho que le gustaba que ella le tocara la frente de esa manera–Ya sabes que no me gusta que Ámbar nos esté esperando sola en el parque.

–No está sola, su nana está con ella–replicó la niña sonriendo con ternura, le gustaba la relación que Ámbar tenía con aquella mujer que cuidaba de la pequeña rubia con tanto cariño.

Clara era una niña muy perceptiva, notaba que la nana de Ámbar era la persona que más se preocupaba por aquella dulce y caprichosa rubia, incluso fue ella parte importante de que la amistad de aquellos tres niños surgiera, una de esas cosas que parecen estar destinadas a suceder.

Ámbar era la típica niña que, a ojos de muchos, había nacido con la vida resuelta, pero no había sido así en absoluto. Sus padres eran dos importantes empresarios argentinos, pero desafortunadamente ellos fallecieron en un accidente automovilístico cuando ella tenía sólo dos años. Al quedarse sola la pequeña, la prima de su padre, Sharon Benson, decidió adoptarla y prometió que en memoria de ellos a la niña nunca le faltaría nada. Sharon la amaba, se encariñó rápidamente con la dulce pequeña, pero sus negocios también eran muy importantes para ella y para toda la familia Benson, lo que ocupaba mucho de su tiempo. Así que desde que Ámbar cumplió los cinco años buscaba llamar la atención de su madre adoptiva haciendo travesuras, pero quien siempre acudía a reprimirla con todo su amor era su nana.

El día del cumpleaños número siete de Ámbar le pidió a su nana llevarla al parque a ver a los patos, mientras jugaba vio de lejos a un niño rubio como de su misma edad que la miraba con cara rara, eso la enojó así que se le acercó para preguntarle por qué la miraba así. El niño le dijo que le parecía graciosa la forma en que ella se acercaba a los patos, como queriendo ser su amiga, pero al mismo tiempo parecía tener miedo de que ellos la mordieran, aquello a Ámbar le causó gracia así que le sonrió, se dijeron sus nombres y siguieron platicando, de pronto una niña castaña llegó corriendo hasta ellos y con su dedo índice picó la frente del niño rubio mientras le gritaba "Te encontré" con una sonrisa enorme, volteó a ver a la pequeña rubia y le sonrió, Ámbar le devolvió la sonrisa, y de ese modo todo comenzó.

Ahora, con once años recién cumplidos, Clara iba con su mejor amigo Nicolás, como siempre atrás en la bicicleta, sujetándose de los hombros del rubio mientras él conducía y ella llevaba la guitarra del niño en su espalda. Al llegar al parque vieron a una Ámbar sonriente patinando cerca del lago de los patos, su lugar favorito. Se detuvieron cerca de ella, Clara se sentó en su banca de siempre y comenzó a mirar la gracia con la que Ámbar patinaba, ella la admiraba, le gustaba ver cómo su mejor amiga parecía volar. Nicolás se sentó a su lado, acomodó su guitarra y empezó a tocar algunos acordes, mientras Clara tarareaba una canción, sin perder de vista a su amiga. A pesar de ser tan jóvenes, los niños ya tenían un gran talento. La nana de Ámbar los miraba, con la seguridad de que esos tres niños ya habían encontrado su destino.