Capítulo 12 Bandidos.

2.6K 229 17
                                    

Yo cargaba con la maleta y luchaba contra el fango donde los tacones de mis zapatos se clavaban mientras que él iba caminando a paso seguro frente a mí buscando con la vista un auto.

Estábamos en medio de la carretera desierta que sale de Maine. Lo máximo que encontraremos aquí será un par de autoservicios, y eso hasta dentro de unos metros más.

—Por favor, pare— dije dejando caer la maleta y sentándome sobre ella.

—Camine, ya falta poco.

—¿Cómo lo sabe?.

—No lo sé. Sólo quiero que se mueva.

Suspiré cansada.
Aún si me quitara los zapatos, lo único que conseguiría será llenarme los pies de lodo. Una de las tormentas características de la ciudad habían tenido lugar hace unos días y algunas partes de Maine aún no se secaban por completo.

Unos pasos adelante, mi esperanza creció.
Un autoservicio con dos autos estacionados y gente dentro estaba a un lado del camino; podría decirles que me tienen secuestrada y me ayudarían a librarme de él.

Tengo que parecer cordial para que no sospeche mis planes.

—No hay de donde escoger— dijo él, —pero supongo que si están aquí es porque aguantaran un viaje largo. Por lo menos hasta que pueda robar otro.

—No lo sé. Yo no soy la criminal experta— me puse a su lado. —¿Puedo entrar a comprar algo de agua?.

Algo de agua y de libertad también, claro. Más libertad que agua.

Me miró con sus ojos duros y después de un segundo de seriedad, soltó una risa sarcástica mientras negaba con la cabeza.

—No soy idiota, doctora— me tomó firmemente del brazo, cargó la maleta y me llevó a un lado de la tienda. —Estoy a punto de irme de Maine; no me lo va a arruinar una psicóloga sigue leyes.

—Espere yo...

—No la dejaré ir ahí dentro para que me delate— sacó un gran rollo de cinta gris de la maleta, eso antes estaba en un cajón de mi cocina.

—No, por favor— era tarde, ya había cortado la cinta.

Me puso una tira de cinta alrededor de mis muñecas aseguradas en uno de los tubos en la pared del costado de la tienda.
Adiós libertad.

—¿A dónde va?.

—Por algo de beber frío. No es la única con sed, doctora Holin.

—Hokin. Y yo podría ir por el agua mientras busca como abrir el auto y...

—Eso lo haré en menos de un minuto, pero esta cinta me asegurara que no escape ni comience a gritar que la ayuden— cortó otro pedazo y lo acercó a mi cara.

—¿Con qué dinero comprara allá...?

—No se preocupe. Encontré sus ahorros en el frutero de su departamento, un clásico— me cubrió la boca antes de que comenzara a insultarlo. —Volveré por usted cuando tenga el auto listo.

Y entonces me dejó ahí amarrada y sin posibilidades para moverme.

En los años que estuve en la cárcel había tenido que soportar a muchas personas irritables. No pensé que hubiera algo capaz de sacarme tanto de mis casillas además de los reos con problemas de culpa o arrepentimiento, pero estaba equivocado.

La personificación de la irritabilidad y el drama tiene forma femenina, un título universitario y hace millones de preguntas por segundo.

Entré a la tienda y, cuando estaba por tomar dos botellas de agua, el refrigerador de un lado me pareció más interesante.
Era el único donde guardaban bebidas alcohólicas.

Ahí te liberaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora