Capítulo 21 Asco.

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A lo largo de los años que trabajé tratando a personas en las instituciones mentales me encontré con muchos casos en los que la violación sexual había sido el detonante de una demencia terrible.

Cuando ese hombre me amenazó para que caminara hacia el baño sólo podía pedir que lo que fuera que quisiera hacerme, no me causara tanto daño como a mis pacientes. Estaba completamente aterrada.

No podía hacer nada para evitar lo que me esperaba.

Cuando salimos de la vista de todos los comensales del restaurante, él me tomó del cabello fuertemente y me arrastró hacia el baño de los hombres sin dejar de pegar el frío metal de su arma a mi espalda.

Las lágrimas mojaban mi cara cuando me lanzó contra la pared y comenzó a hacer tirones el suéter que tenía puesto.
Puse resistencia a que me lo quitara, pero me golpeó fuertemente en el rostro cuando mi oposición lo hizo enfadar.

—¿¡No se da cuenta de que puedo matarla!?— me dijo fuerte y muy cerca de la cara.

Solté un grito ahogado y dejé de moverme. Lo único que podía hacer era llorar y aferrarme a la pared.

Rompió la tela de mi suéter y lo lanzó al suelo para comenzar a besarme desesperada y violentamente.
Me sentía ultrajada y el asco me hacía querer vomitar. Las ganas de comer habían desaparecido por completo.

Cuando puso su mano sobre el botón de mi pantalón supe que estaba acabada, pero entonces mi atacante retrocedió rápidamente y yo caí al suelo por falta de alguien que me sostuviera contra la pared.

Me arrastré hasta una esquina rápidamente mientras trataba de cubrirme el torso con los brazos y el cabello.

Ryan sostenía al hombre de la chaqueta contra uno de los cubículos y ya le había dado un par de golpes que lo habían hecho sangrar.

—¿Querías tomarla a la fuerza, pedazo de mierda? ¿Por qué no vas a robarle a algún otro mal nacido para pagarle a una prostituta y dejas a las mujeres decentes en paz?.

—¡Suéltame! ¡Suéltame!.

—¿Así como tú la soltaste a ella cuando te lo pidió?— lo volvió a estrellar violentamente contra la puerta del baño. —¡Ibas a dispararle, asqueroso maldito!.

—¡Ni siquiera tiene balas! ¡Lo juro!.

Yo no dije ni hice nada, simplemente me quede ahí tirada en el piso sin poder dejar de llorar a mares. Seguía sintiendo sus manos sobre mi cuerpo y sus asquerosos labios en mi pecho.

Me frote el cuello asqueada pero la sensación no se iba.

—Doctora, salga de aquí.

Levanté la mirada.

—¿Qué va a hacer?— logré decir.

Le dio otro puñetazo en la cara a mi agresor y después me miró.
Se quedó un segundo contemplando mi expresión aterrada y su ira descendió considerablemente en un segundo.

Se quitó la chaqueta y después de ayudarme a levantarme me cubrió con ella.
Mi suéter estaba hecho pedazos, pero por lo menos ya no estaba desnuda.

—Vaya al auto y cierre con seguro la puerta, por favor— me dijo mientras me subía la cremallera de su chaqueta.

—¿Qué va a...?

—No quiero que vea esto pero este hijo de perra tiene que pagar por lo que estuvo a punto de hacerle, Doctora.

Por más aterrada que estuviera no podía dejar de lado mi humanidad.

—Es una persona— susurré.

—Usted también lo es. Por favor salga del baño si no quiere ver el espectáculo— me puso una mano en la espalda y me empujó levemente hacia la salida.

Una vez afuera del baño corrí al auto sin importarme lo que pasara y me encerré en el como Ryan me había pedido que hiciera.

Busqué con la mirada en la parte trasera algo que ponerme, pero sólo encontré una delgada blusa de color negro que no me ayudaría con el frío.
Me la puse y seguí esperando a Ryan por un tiempo mientras trataba con todas mis fuerzas de olvidar lo que acababa de pasar.

Quise convencerme de que no había ocurrido algo malo y que estaba bien, pero no podía sacarme la sensación de miedo, asco y paranoia del cuerpo.

Estuve a punto de pasar por una situación terrible y con la simple idea de qué fue lo que pudo haber pasado si Ryan no hubiera entrado a tiempo, rompía en llanto cada dos minutos.

Después de un rato, vi a Ryan salir del restaurante con una bolsa de papel en la mano.
Caminó hacia otro auto y lo abrió con facilidad, después caminó hacia donde yo estaba y me abrió la puerta para que bajara.

—Vayámonos de aquí— me tendió la mano y la tomé para poder bajar del coche. —Santo cielo, Doctora, está temblando.

Asentí y dos segundos después estaba llorando de nuevo.

—Lo lamento, no puedo...— no pude terminar de hablar porque el dolor en la garganta era insoportable. Tenía que seguir llorando o no podría respirar.

—Tranquila— dejó sobre el auto la bolsa de papel y me atrajo hacia el para abrazarme fuertemente.

Me escondí en su pecho y seguí llorando mientras sus brazos me tomaban y me daban seguridad.

—Gracias— susurré.

—Está bien. Ya pasó— me puso una mano en la nuca y comenzó a acariciarme. —No quiero que tenga otro ataque. Respire profundo.

—Siento que están esperando a que me descuide y...

—Nadie va a tocarla mientras esté aquí para cuidarla, Doctora.

Sorbí por la nariz y con ayuda de su abrazo comencé a sentirme más tranquila.

—Siento que por mi culpa haya cometido otro crimen, señor Tucker— le dije con voz quebrada.

—Yo ya estoy perdido de cualquier manera, no se preocupe por mí— se alejó un poco para que lo viera a los ojos.

—Si no hubiera insistido en venir aquí— cerré los ojos. —¿Qué pasó con ese delincuente?.

Suspiró y comenzó a negar con la cabeza.

—Debe saber que nadie tiene derecho a hacerle daño y si lo hacen no puede esperar a que los deje salir sin un rasguño.

—Pero...

—No, doctora. Yo soy un delincuente, ese se ahí era una basura mucho más asquerosa. Lo que sea que haya pasado se lo merecía, ¿entiende?— asentí. —Vamos, deje de llorar o volveré para matarlo.

Me abrazó de nuevo.

Ahí te liberaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora