Capítulo 17 No hasta que sea seguro.

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Me alarme cuando la vi ponerse una mano en el pecho y la escuche jadear. Una vez más se estaba ahogando.

—Doctora—la llame, pero no me respondió. —No puedo creer lo dramática que es. Se supone que usted atiende a los locos, no es una.

Esperé un momento más, pero ella en realidad no podía respirar.
Comencé a creer que esto no era solo dramatismo femenino.

—Doctora...

—Déjeme tranquila...— apenas podía hablar por el poco aire que llegaba a sus pulmones. —¿Qué más da si muero?.

—Está diciendo tonterías— me puse en cuclillas para mirarla de cerca y algo en mi me hizo poner una mano en su hombro. —No quiero que muera, doctora.

Ella levantó la vista y, cuando nuestros ojos conectaron, se detuvieron ahí. No apartó la vista y yo tampoco, sentí que si quería ayudarla debía mirarla a los ojos, y claro que quería.

Estuvimos un rato así. Poco a poco su respiración se controló. Había servido.

—¿Señor Tucker...?

—¿Si?.

—¿Dónde estamos?— supe que se refería a la ciudad.

—Pronto llegaremos al centro de Nueva York.

—¿Y ahí me liberará?.

Tuve que ser muy duro para contestarle.

—No la liberare hasta que sea seguro.

Ya esperaba que le dijera eso. Simplemente volvió a bajar la mirada y di gracias al universo por no tener que aguantar un segundo más su mirada llena de pena sobre la mía.

Me levanté y le ofrecí mi mano para ayudarla a levantarse pero ella no la tomó.
Se levantó pesadamente y caminó hasta la parte de la habitación donde estaba la cama para luego sentarse.

Debo dejar de mirarla.
Debo dejar de mirarla.
Debo dejar de mirar...

—¿No tiene algo mejor que hacer que quedarse ahí parado?— susurró.

En seguida me moví.

—Voy a tomar una ducha.

Y me fui.

No comprendo que es lo que me pasa.
Jamás había sentido culpa por hacer algo desde...bueno, desde mi pasado.
Sentimientos como esos los dejé enterrados muy dentro de mi al entrar a la cárcel. Me convertí en un hombre con un sólo objetivo al cual tenía que llegar sí o sí.
La única manera de poderlo conseguir era no sintiendo culpa, así como esas basuras no la tuvieron.

La doctora Hokin está haciendo que me saque a flote todo lo que hace siete años me empeñé en olvidar.

Lo de la ducha duró menos de lo que quería. No soportaría estar ahí afuera con ella de nuevo si volvía a mirarla a los ojos, así que cuando salí del baño, caminé mientras me secaba el cabello con la toalla. Una excusa para no levantar la mirada y no verme muy cobarde.

Ella estaba a acostada con los ojos cerrados y envuelta en las mantas blancas.
Busqué algo con lo que hacer una especie de colchoneta en el suelo y comencé a extender las colchas extras a un lado de la cama.
El aire la hizo abrir los ojos. Diablos.

—La desperté.

—No puedo dormir— corrigió.

Me miró tender todo y al final, cuando me acosté sobre lo que había hecho, se acercó al borde de la cama para poder seguir mirándome fijamente mientras estaba acostada.
Traté de ignorarlo hasta quedarme dormido, pero no pude.

—¿Qué?— pregunté.

—Nada sólo...— paró un segundo, —necesito más respuestas.

—No es un buen momento para terapia, doctora— la miré. —Y si la hay, no creo que le corresponda a usted hacer las preguntas.

Frunció el ceño.

—Algo cambió.

—¿A qué se refiere?.

—A sus ojos, ya no me mira igual. ¿Qué fue lo que cambió?.

Es por esta razón que odio a los psicólogos. Más a los que tienen tantos posgrados como ella.

—No la entiendo— mentí y miré al techo de nuevo. —¿Le parece si yo hago preguntas esta noche?.

—No.

—Qué bueno que no me importa. Sólo quería ser cortés— la hice reír. —Comencemos. ¿Color favorito?.

—Creo que no tiene idea de cómo hacer preguntas en una sesión como las nuestras.

—Si no estamos en un consultorio con dos sillones de cuero horribles y usted no está haciendo notas, son sólo preguntas. Su color favorito es...

Se rio un poco.

—El rojo.

El rojo. ¿Cómo no lo supe antes?
Siempre usa un rojo muy fuerte en sus labios.

—Muy atrevida, me gusta eso. ¿Su ciudad natal?.

—Nací y crecí en Maine. Jamás salí de ahí— respondió algo divertida por mis tontas y trilladas preguntas.

Eso me sorprendió. Recuerdo la imagen que me creé de ella la primera vez que la vi, y parecía tan culta y experimentada que creí que había viajado por todo el mundo.

—¿Sabe? Uno de mis sueños cuando era adolescente era viajar por todo el país.

Irónico. Lo estaba haciendo y claramente no lo disfruta.
No iba a detenerme a charlar sobre eso, entonces mejor cambié el curso de la charla.

—¿Algún novio?— pregunté. —Quiero decir, nadie puede tener tan mal gusto desde el principio como para salir con Jared Ívon.

Soltó una pequeña carcajada.

—En realidad no somos pareja...

—Claro que no, se ven horribles juntos.

—Me refiero a que no lo hicimos formal. Sólo nos...

—No necesito saber detalles sobre la vida amorosa de mi guardia personal y mi doctora.

Era en serio, esta pregunta nos había llevado a temas que no me interesaba a conocer.

—Pero usted me lo preguntó...

—Puedo predecir lo que ocurrió, doctora— traté de restarle importancia a lo que decía. —Conozco a Ívon mejor que usted. Seguramente lo primero que hizo al volver a Maine fue buscarla y así llegó a su departamento. Charlaron un rato y quizá la besó, pero como usted es tan reservada (y con reservada quiero decir aburrida) no ocurrió nada más. El caballero Jared ni siquiera durmió en su cama, ¿Me equivoco?.

Guardó silencio. Yo tenía razón, y de alguna manera me sentía aliviado de que así fuera.

—Si dice que lo conoce...— la miré. —¿Cree que se empeñe en llevarme a casa?.

—Creo que la palabra que quiere usar en realidad es "rescatar".

—Sabe a lo que me refiero, señor Tucker.

—Pues...no lo sé. Hoy trató de negociar conmigo, algo que jamás hubiera hecho de no ser porque la tenía a usted en medio.

Definitivamente le pasa algo muy fuerte con ella, pero no se cuan seguro sea decírselo.

Ahí te liberaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora