Uno

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—Oye, mira, profesores nuevos. —Se yergue mientras yo mantenía mi posición; se yergue más para molestarme. Recibió otro golpe—. Son cuatro: mi bisabuela, el narizón, el calvo y... y esa de ahí... ¿Soy yo o esa vieja está buenísima?

Lo último me atrapó interesada.

Me volteé también para ver lo que él veía y no reconocía a varias caras.

Sin querer se me fue el aliento. Me encontraba a mí misma sin poder apartar la mirada, buscándola cuando tenía el camino libre para apreciar mejor el color de su falda, de eso me convencía. Morena, pensé, por el cabello, por el color oliva de su piel. Escuchamos al rector dar su discurso y me vi muy ansiosa esperando. Al fin.

Al fin.

Un cuerpo voluptuoso se presenta con un afable sonido producido por sus tacones, mismo sonido que fue ensordecedor; miré a los lados buscando, aclamando por otro ser humano en mí mismo estado, pero resulta que tal impacto solo pudo pertenecerme. Sentí extrañeza. Lo había sentido alguna vez y no lograba recordar de dónde o en qué o cómo, solo una ráfaga de melancolía, como un recuerdo que me hizo feliz en su momento y que, por el tiempo, lo estaba olvidando, ahora parece regresar. La desconocida se sintió exactamente así: volvía sin razón. Pensé que la había visto antes; tuve qué, si tal sentimiento me dejó debilitada, pero también era imposible. Aquel rostro tuvo que haber quedado impregnado en mi retina y no como un destello fugaz. Sentí rabia, debido a la intranquilidad, al poco dominio de mi ser que especulaba lo contrario frente a otros. Ella, por su parte, seguía con ese aire de seriedad, de que le somos un chiste, de quien ya pasó por tanto en la vida que la nuestra da risa cuando yo me veía inmaculada por su presencia. Y más rabia me dio.

Una bola de comentarios se esparció por toda la iglesia y algunos valientes se atrevían a expresar lo que las hormonas pensaban. Mateo también habló, diciéndome que era ella de quien hablaba antes. Ya lo sabía. Aún estaba ensimismada. La misma bulla de hace un momento ahora era provocada por esa pelinegra que hizo su aparición y... ¿Cómo es que esa falda horrenda puede quedarle de maravillas?

Salí de mi burbuja, peonza traté de contestar, pero ella había podido conmigo.

—¡Ya cállense los de tercero y dejen de hacer el imbécil!

Una voz grave se escuchó haciendo que todos allí silenciaran los murmullos en segundos. Yo, en cambio, palidecí. Un silencio sepulcral, un abismo que hasta los profesores se cuestionaban cómo. Y lo único que se escuchó después fue la resiliencia de una lexía anónima.

—Mi nombre es Rebecca Lozado. Seré su profesora de química; lo único que se les ordena es estudio. De lo contrario, no esperen mucho de ustedes mismos.

Desde los tacones de punta negros que adornan su silueta hasta la voz me parece electrizante, cautivadora, pero ¿química? ¿En serio? No es un mito que es la única materia que me deja mucho por desear. Me va a odiar, pienso y me encogí en mi puesto.

—Me concentraré en su clase —dice Mateo.

—Con tremendo aspecto solo ha logrado ser una distracción —solté abrumada.

—¡Eso mismo, Bela! ¿De qué más podría haber estado hablando?

La voz de la tal Rebecca interrumpe cualquier respuesta.

—Los de la última fila, vayan saliendo y persignándose correctamente.

Me tocó con Mateo, fuimos los tres últimos con un chico a lado que no tengo idea desde cuándo nos acompaña. Ella se quedó observándonos desde el altar como lo hizo con los demás y casi tropiezo por los nervios que se me crearon pensando que ella se estaría fijando en . Que pondría su mirada en alguien como yo. No entendía cómo lograba distraerme de tal forma.

—¿Estás bien? —me preguntó Mateo.

Alcé la vista y la morena ya no estaba.

Asentí, no tan convencida.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora