Veintiuno

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Desperté gracias a un olor horrendo que yacía en el centro de mi habitación, estaba mezclado entre alcohol y cigarrillos, cuando recobré el sentido, observé la habitación monda. Algo andaba mal. Entonces comprendí la terrible jaqueca y la debilidad en mis músculos, causándome dolor por apenas arquear la espalda. Te emplutaste como nunca, idiota. Llegué como pude sin tropezarme hasta el baño y desgarré todo lo que había ingerido la noche de ayer, aunque ya estuviera el alcohol sintetizado en mi organismo hace unas cuantas horas; la garganta me dolió bastante que incluso unas escasas gotas de sangre fueron tiradas al retrete. Me mojé el rostro con una toalla, pasando con saliva el sabor amargo. Desearía tener una menta o que mi madre me prepare un té, o cualquier vaina que me quite esta asquerosidad que traigo encima... ¡Mierda, mi madre!

Me desesperé, ella no podía ver el desastre en la casa, peor oler la droga y cervezas que quedaron impregnados en el cuerpo de su hija. Bajé hasta la sala y gracias al cielo estaba en orden, unas que otras cosas mal puestas, pero nada que una simple barrida no pueda camuflar.

Y por si hay alguna duda, revisé mi cuerpo para denegar la existencia de cualquier marca de tinta. Nuevamente, gracias a cielo que no encontré nada a excepción de aquella luna que está tatuada en un costado de mi cuerpo.

Obviamente, no fui a clases.

Mi madre me manda una llamada preguntando cómo fue el día y le contesto inventando una historia, ella sabe que me emborracho muy feo y se molesta fatal conmigo. Me dijo que en unas horas llegaría a casa y que me ponga al corriente en el colegio. Después de la llamada estuve andando en WhatsApp para pasar el rato.

¡Por la puta!

Dije exaltada al ver que ayer había llamado a mi profesora y que la llamada fue atendida casi a la dos de la mañana. Sea lo que sea que le haya dicho en esos diez minutos de conversación, ni siquiera lo voy a mencionar y espero que ella no haya escuchado más que balbuceos.

Joder, qué vergüenza, joder.

—¡Bela, ábreme! —Se escucha fuera de la casa la voz de mi amigo gritando y tocando precipitadamente como un loco—. Muévete, Bela, está lloviendo.

Le abro la puerta y veo a mi amigo con una capucha negra en su cabeza y gotas chorreando encima.

—Hey. —Me sonríe y me hago a un lado para que pase.

Tan confianzudo que ya me hizo lodo y dejó tirado su abrigo en la sala.

—Mira, bestia, esta no es tu casa para que hagas eso —bufé enojada, mientras recogía su abrigo.

Sonríe.

—Uy, que ayer fue loquísimo para ti. Ni yo, mis respetos, amiga.

—¿De qué hablas ahora?

—¿De quién más?

Va a la cocina y abre un cartón con jugo de mora. Yo todavía no comía absolutamente nada por la resaca.

—Mira, cállate. Tenemos que ponernos al día, apenas regresamos a clases y empezamos con tremenda borrachera.

Busqué un mueble para tirarme en él y comenzar a culparme por lo irresponsable que he sido. Conozco a personas borrachas que son responsables.

—Yo le veo un buen comienzo —dijo mi amigo abrazándome y cayendo encima de mí—, Mira el lado positivo siempre.

—Apártate que pesas.

Pasamos la tarde juntos hablando de trivialidades, bebiendo jugo porque prometimos que no íbamos a tomar hasta graduarnos del colegio y no es que falte bastante tampoco, pero debemos empezar por algo. Sus padres habían salido de paseo y no regresarían hasta la noche. La relación de ellos siempre me fue envidiable, mucho más la relación que Mateo mantenía con sus padres. Soy muy feliz por mi amigo. De todas formas, si no fuera por él, no conociera a un hombre y una mujer que se aman incondicionalmente.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora