Cincuenta Y Ocho

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Me jugué la felicidad en esto y perdí:

La mañana ya no resulta tan luminosa si no son tus ojos con los que despierto.

Interfecta es tu sonrisa en mis labios si no me da el privilegio de perderme en tu océano.

Si no es en tu toque donde me quemo, los latidos cardíacos van lentos.

Que las miradas no significan nada si entre gestos no hay sonrisillas que confundan lo que siento.

Que la cama es simple material apático si no eres tú quien me cuenta sus sueños y los hacemos reales mientras jugamos con los dedos.

Y las lágrimas no me alcanzarían si tú te me vas primero.

Que quiero que me encuentres,
que necesito que me lleves;
la vida se arrastra lenta sin nosotras.
Se extingue la llama que, flamante, acariciaba nuestros nombres y nos hacía una sola.

Que te extraño y que te quiero, no es secreto para ti; para el mundo entero, sí. Lo lamento. No soy tan valiente como para gritarle a todos lo que siento.

Pero es sincero, cierto y perpetuo.

La mañana se pone blanca sin ti a mi lado. Me gana el miedo. Es igual que todos los días: un poco muerta, un poco más vacía; queriendo explicar cómo estamos tan lejos si cerca ambas nos queremos.

No me olvides, no lo intentes.
No lo pienses, amor mío.

Volveremos a estar juntas, lo prometo. Lo nuestro será eterno y el mundo no podrá romper algo tan acabado.

Pero en esta vida, las cosas son crueles y solo nos basta tener un momento.

No desperdiciemos el tiempo.

...

Dejé que mis murallas cambien de dirección y esta vez, en lugar de estar apuntando hacia Rebecca, apuntan hacia el temor para impedirle el paso logrando hacerme sentir más fuerte, más decidida en todo. Y durante nuestro beso infinito donde recorrimos galaxias en un pestañeo, escuchamos el zumbido de unos golpes en la puerta con una voz mencionando nuestros nombres en sospecha. Rebecca se aleja de mí con la respiración agitada y recalco en ella y en su vestido azul, con una tela casi transparente cubriéndola, un poco arrugada. Entonces, me vuelvo a acercar con firmeza y le robo otro beso manoseando su trasero.

—¿Está todo bien ahí dentro?

Ambas sonreímos cómplices, demasiado que se mordió hasta sus labios (luego de morderme los míos) para evitar tirar tremenda carcajada y que la mujer de afuera no se enterara de nuestro secreto.

—Todo va bien —solté.

Me miré al espejo acomodándome el vestido y limpié mi rostro que tenía marcas de labial.

—Ve a abrir que me encargo de esto.

—Como diga la realeza.

Me regala un guiño y le beso el hombro antes de ir a abrir.

Fátima estaba allí, de pie, con los brazos cruzados, impaciente.

—Me han pegado tremendo susto, pensé que Rebecca se había desmayado.

—No seas tan dramática, tampoco. Fue un simple corte —dijo la morena desde adentro, limpiando la superficie del lavamanos que estaba manchado por gotas de sangre.

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now