Cincuenta

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Cuando ya no vimos más testigos cerca, agarré su mano y nos llevé lejos de gente entrometida. Entonces, solo así la pude tener entre mis brazos mientras su espalda chocaba con fuerzas contra la pared de cemento. Su respiración se agitó, mis manos reconocían esa textura suave, esa piel morena, mi nariz estaba deseosa por olerla y mis labios, encantados de seguir entrelazados con los suyos, no frenaban. Mágica, ella es monumental y la idea que vino de repente representando a Rebecca como autoridad sobre mí, hizo que en mi feminidad corriera el dichoso jugo que servía como lubricante. Me removía contra ella, la morena gemía. Sus manos estaban traviesas y tocó mi trasero. ¿Cuántos años tenemos? ¿De cuántos nos sentimos? No importa. Ella era mi fuente de manantial y estar a solas, besándonos como lo estamos haciendo, me hizo recordar que Rebecca poseía un cuerpo magistral, con curvas provocativas y la tentación que había estado acumulando, salió desesperada como un dragón escupiendo fuego justamente en mi zona que pedía a gritos, suplicando por ella.

Sentí una corriente en mi vientre, la empuje con más fuerzas y mis senos chocaban con los de ella, y mis caderas bailaban desalineadas con las de ella. Más juntas que nunca, más hambrientas que nunca. Sus manos apretaban mi cintura, estrujándome la piel; sus piernas acorralaban las mías, presionándome el centro sensible que en cada movimiento me provocaba una contracción palpitante; sus labios no me daban tregua y sentí que me ahoga. Comprendí que necesitaba urgentemente tenerla.

—Voltéate —hablé entre sus labios.

—¿Piensas hacerlo aquí?

Sonreí y la morena no opuso objeciones al entender que no me importaba en absoluto. Ninguna de las dos creíamos en cuentos ni en fantasías románticas.

Alcé sus manos y las puse detrás de su cabeza, mientras que con la otra, admiraba y tocaba sus curvas prohibidas. Su trasero se veía más apetitoso que nunca. Alcé su falda produciéndole cierto grito a Rebecca, unas cuantas maldiciones que se esfumaban en el aire. Estábamos sudando, agitadas, no pensábamos bien y ambas queríamos que nunca termine porque estábamos disfrutando esa sensación que solo las dos nos podemos dar.

Esta complicidad que creamos sin saberlo, no la encontré con nadie más ni ella con otra persona.

Mi mano, de viajera, de turista, se fundió entre su abdomen y tenía planeado, cueste lo que cueste, escalar montañas y navegar entre sus mares. Conquistarla. Así fue, sus senos erectos me indicaban deseosos que necesitaban de alguien quien los amoldara después de tanto tiempo. Los apreté entre mis dedos y esa sensación causó frenesí en mi alma, un estrujo potente en mi cuerpo. Se me erizó la piel, su boca y mi oído estaban tan cerca que cuando gemía mi nombre, no reconocía el vaivén del paraíso con las llamas del inframundo. Estaba ardiendo en el cielo, quemándome por su piel, por sus sonidos. Estaba matándome por ella. Pero el recorrido cambió y estoy llegando hasta el fin del mundo, en ese lugar que sus dos morenas piernas se unen y escoden lo más preciado de su cuerpo de mujer. Mi lengua recorre su cuello por la parte trasera, sus piernas encierran mi mano y me detiene agitada, asustada.

—Verónica, necesito que me digas que esto está bien.

Su voz se entrecorta y la falta de respiración me estremecía.

La volteé nuevamente y la besé, diciéndole en ese beso que yo también tengo miedo, pero la diferencia es que yo temo a perderla. Ahora, más que nunca, no quiero perderla. Entonces, ¿cómo esto puede estar mal?

Sus piernas dejaron de temblar y se abrieron para mí, la falda estaba lo suficientemente alzada como para permitirme tocarla por primera vez. Mas con la morena, me siento inexperta en esto del sexo porque ya no sé lo que significa. No estaba dispuesta en perder mi tiempo en tener relaciones sexuales por simple placer con el amor de mi vida. Contigo, morena de mi vida, iba a hacer por primera vez el amor.

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now