Trece

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Mateo no se despegaba de mí y se iba quejando todo el camino de vuelta al hotel por el partido perdido. No le había contado nada de lo que pasó porque decidí guardarme algunas cosas y hacer conclusiones por mi cuenta, sin importar que terminara enredando más la realidad con dudas, aunque no pasó mucho cuando empezó a insinuar su mensaje de WhatsApp sobre Rebecca. Él únicamente la mencionó y yo había vuelto a tener esa sonrisota en la cara.

Me había duchado y vestido con unos jeans y una blusa negra.

—Mira, ya casi son las ocho —mencionó mirando su celular entretenido, yo estaba peinando mi cabello viendo cada gesto de risa que hacía; en el fondo idealizaba algunas situaciones con la morena. Continuó—: Debemos bajar para comer. Rebecca echará fuego si nos demoramos, no me la imagino enojada.

Apaga su celular y me mira. Yo seguía presente en cuerpo, pero ausente en mente. Tal parece que Mateo no se ha enterado que tiene una habitación aparte. ¿Rebecca enojada? Pues vaya, que en realidad da miedo.

Bajamos al comedor y era una cosa sumamente encantadora, tipo cabaña con luces tenues para así poder presenciar la luz natural de la luna; había personas extranjeras quienes subían al mini escenario y cantaban preciosísimo, era espectacular.

Mateo y yo presentamos nuestros carnets a la recepcionista quien, muy amable, nos indicó el camino; las mesas estaban para elegir y optamos por una mesa para dos junto a la pared. También fue que vi a Rebecca con ese profesor nuevamente juntos, mientras veían el menú. Él lucía entretenido con su acompañante, tenía su sonrisa en la cara pendiente de lo que la pelinegra vaya a decir, quizá para atenderla de la mejor forma. Rebecca, en cambio, poseía aquel gesto monótono; como que si ella también estuviera presente en cuerpo y ausente en mente. Me tenté con la idea de que posiblemente, solo tal vez, sea cierto que las dos nos parecemos. Mateo me hablaba sobre un tema deportivo y preferí ponerle atención para dejar de atormentarme con el nombre de la morena. Los demás estudiantes parecían no prestar atención a nada de su alrededor, se reían fuerte y hablaban alto sobre temas binarios. Al igual que ellos, no me interesaba prestar atención alrededor, sino continuar la conversación sobre un deporte que no entiendo nada solo para estar disponible y escuchar a mi mejor amigo. Después de todo, eso se supone que hacen los mejores amigos.

No le quise dar mucha importancia porque no me iba a poner mal cada vez que la veía con alguien, es normal. Muy normal. Me dije.

Pedimos algo de comer y entre nuestras conversaciones se nos pasó el tiempo, luego acordamos en pedir algo de alcohol.

Total, la luna ya hacía presencia en mi vida hace un buen tiempo, incluso antes de que ella llegara.

—Quiero una cerveza —pidió Mateo a la chica quien ya estaba llamando la atención de él desde que entró, el castaño al darse cuenta de la insistencia de la fémina, quiso dar un poco de su atractivo lingüístico—: Y a ti de postre, bebé.

O mejor dicho, labia.

Ella sonríe coqueta y tímida a la vez, me causó ternura y lástima por mi amigo quien solo lo hacía por pasar el rato y aumentar su ego.

—¿Y usted?

Mientras que el castaño recibía la mejor versión de la guapa camarera, yo recibía la peor. La joven que parecía amable, me comía con los ojos rabiosos y celosos, pues notó que el acompañante de Mateo era una mujer e imaginó cosas anormales, pero ya estoy acostumbrada.

—Lo mismo que mi amigo —dije sonriente y entendió que no era ninguna amenaza, entonces me devolvió la sonrisa nerviosa y con unos ojos arrepentidos, añadí—: A excepción de ti en el postre, gracias.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora