Cuarenta Y Uno

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Me sorprende la gran magnitud en que las cosas pueden cambiar a través del tiempo: un día sí, otro no; un día aquí, otro allá. La peor parte es cuando seres a quienes se ama, se van, te dejan sin decir adiós cuando lo que has hecho siempre te pareció suficiente. Ese momento te desconoces, te alejas del mundo para estar en un estado de búsqueda insana (buscándose a uno mismo o si eres masoquista, buscando a esa persona), para que al fin te des cuenta de que así es la vida; entonces se vuelve renovado, más fuerte, más sabio y un poco muerto.

Qué distinta es la realidad, patética utopía romántica. En efecto, un hueco en el pecho crece y el corazón se viste de aquella armadura que recuerda no ser tan estúpida la próxima vez en dejar entrar a alguien en tu vida.

Salí corriendo con dolor de tobillo, todavía en fuego ardiente hacia los sanitarios. Un día estaba con él de lo mejor y ahora parecemos dos desconocidos. Recuperé la respiración apoyando la espalda en la puerta, caminé despacio y mojé mis manos. Nos tomaríamos la noche entera e iríamos al primer bar que encontráramos para hacernos mierda y vacilar a quien queramos. Solo él y yo como en los viejos tiempos.

—Ya, tranquila, Bela. Tú eres mucho más que esto. Tú puedes.

Miré mi reloj para confirmar la hora. Estaba a tiempo y todavía coja (esta escena me la sabía de memoria). La luz del sol quemaba la piel en esta ciudad y era afortunado quien tenía un lugar con sombra. El espectáculo daría apertura apenas el sol pierda la batalla para dejar que la noche estremezca los cuerpos y las penas de las personas que la miran desorientados. Esa es mi hora justa; como fantasma en pena queriendo comer al primer borracho. ¿He dicho que las personas borrachas son las que más admiro?

Vuelvo a chequear el reloj y considero aquello como un tic nervioso, y dejo de hacerlo. Salí del baño adolorida, tenía puesta otra vestimenta, un jean y una camisa blanca. Para evitar el dolor, traigo sandalias negras y unas pastillas en el bolsillo. No estaba lista todavía, no estaba lista para actuar frente a él como una desconocida. Ni siquiera enseñan en el curso de detective enfrentar una situación como esta. Siempre hubo casos de jefes, de familias, de negocios, de profesiones, pero ninguno parecido al que estoy metida.

¿Cómo debería comportarme ante esto?

Sentí el celular vibrar en mi pantalón y mientras abro la puerta para salir, choco con el cuerpo de una mujer. Era un caos, ninguna sabía con exactitud quién estuvo más distraída. Casi tropiezo con mis propios pies por estar con la cabeza en el infierno y eso me hizo ahogar un pequeño grito, alguien me ha traído a la realidad y ya no ardo. Debería ir al médico para revisar si tengo un problema con ese pie.

—¿Te lastimaste? —socorrió al ver mi estado de dolor porque el "puta" que susurré fue audible.

—No, no. Estoy bien.

Me apoyo en la puerta sonriendo, conteniendo el dolor agudo.

Al escucharla, confirmé que ese cuerpo ya lo conocía, pero no me decidía a verla.

—Te estaba llamando, Verónica —dijo cruzando sus brazos, con su gesto preocupado y enojado, aunque sé que mi estado le importa más que nada en este momento—. Por un rato creí que habías enfermado grave y que no vendrías.

—Ya ves, solo es un dolor de tobillo.

—Pero sabes bien que si te sientes mal, puedes ir a descansar. Yo me encargaría de que todo esté en orden, no es la gran cosa —continuó ella sin prestarme atención, ignorando lo que ya había dicho antes.

Admiraba su polifacética actitud.

—Lo sé, pero te juro que estoy bien.

Rebecca se lo pensó y luego asintió como dándome permiso de quedarme. ¿Acaso no sabe que soy una profesora también? ¿Por qué esa faceta conmigo?

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now