Cinco

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—¿Quieres una manzana?

Negué.

—¿Una cola, jugo, agua?

Negué.

—¿Una empanada?

Volví a negar.

De tanta insistencia, soltó un gruñido poniendo sus manos bajo sus axilas, una señal típica de que lo he hartado y bueno, no lo culpo ¿quién no se cansaría de una cría deprimida?

—¿Quieres un huevo? A lo mejor eso es lo que quieres —soltó sin reparo y me demostró su frustración por mi declinación a la ingesta de comida como muestra de luto.

Ya hace tres días que pasó lo de Beatriz y una noche le conté a mi mejor amigo cómo me sentía de verdad. Ni ayer ni hoy he llevado un bocado a mi boca porque el sentido del paladar se ha ido por completo y en efecto, he recibido grandes oleadas de tristeza. Fue hace tres días y aún no lo puedo superar. La peor parte es saber que, en el fondo, estoy consciente de que ella adquiere todo el derecho de ser feliz y también admito que me encuentro muy feliz de que ella esté con alguien y no sola. Estar solo parece no ser la opción de muchos, aun así, a mí me resulta agradable. Cualquiera pensaría que es depresión, pero en realidad, es el sentimiento malsano de dejar ir a un amor que nunca fue, nunca estuvo por ambas partes. ¿Cómo dejar ir sin nunca tenerlo? La pregunta del millón.

—Quizá deba empezar por eso —le dije poniendo mi cabeza en el hueco que mis brazos arman.

—¡No seas boba, Bela! —Siento sus manos menear mi cuerpo con desespero—. Debes comer algo. ¡Mírate! Estás toda demacrada, insecto.

Intento fallido de molestarme. Una persona no se demacra en tres días y no ayuda ver a Beatriz por los patios como si nada, mientras sufro por mi pie y pongo en marcha la temporada de luto. Ella continúa con su vida, yo vuelvo al lugar de siempre. Yo volvía a lo mismo y ella ya no es la misma que mis ojos adoraban, ahora no hay un sentido, ahora todo es aburrido.

—¡Hola, gente!

Llega Lola con unas empanadas en sus manos y Mateo empieza a comer de ellas provocándome náuseas con solo el olor. Las náuseas se intensifican al verlos besándose lánguidamente y luego, la muchacha me pregunta si tengo algo o si me siento mal, niego. Ni siquiera hago el intento de mejorar porque sé que no comer puede enfermarme, pero quiero sufrir un poco para saber que todavía soy humana, para saber que la quise demasiado en tres años; a pesar de que la realidad me pisoteaba cada día en este instituto de mierda. No estoy segura si tengo una crisis existencial o si es puro masoquismo, mas yo comprendo esto perfectamente: rendición. Así es el sentimiento cuando uno decide acabar con todo. Rendirme. ¿Cuándo distorsioné la realidad tan patéticamente? ¿En serio creía que algún día yo podía estar con ella?

Ahora solo me detesto por ser tan tonta.

Un amor de chiquillas, el típico amor adolescente que en unos meses cesará.

—Voy al baño —anuncié con prisa.

Aguanto las ganas de vomitar líquidos gástricos en el retrete. Me dirijo al sanitario y mojo mi cara, descanso un poco en la pared llena de garabatos mal escritos y ofensivos. Adivinar la payasada que dice y leer sobre la nueva puta del colegio me causa cólera. Estoy harta. Lo que me duele es el pie y lo que me concierne es poder salir de esta situación absurda de dolor emocional, no sobre imbeciladas de estúpidos. Miré la hora y me di cuenta de que falta mucho para que el receso termine. Cuando pasaron unos breves minutos, que sirvieron para que el ambiente secara mi rostro de unas gotas, mi primer pensamiento fue la biblioteca; aunque no tendría nada que hacer allí, leer algo bueno siempre ayuda para perderme un rato. Cojeando pude llegar más rápido de lo que pensé. Comencé mi búsqueda por algún libro romántico que llamara mi atención y lo único que encontré fue un libro de poemas de los siglos medievales. Divisé un asiento, cuya acción no fue complicada, ya que todos estaban vacíos. Saludé a la encargada del lugar quien me devolvió una amable sonrisa. No dijo nada y se lo agradecí de corazón.

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now