Veinticinco

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No exagero cuando digo que Rebecca me hace temblar, literalmente lo hace y más ahora que me doy cuenta de lo mal que estoy por esa mujer. La estoy pensando, ella sonriendo y luego sonrío yo. Es justamente esa imagen: la de sus labios con su color natural, la de sus mejillas ensancharse con cierto rubor y después sus ojos achinados mostrando que la vida le pasó encima, pero que por genética, mantiene la juventud en la piel (y la más alta belleza). Es exactamente lo que me hace temblar de fascinación y miedo.

Cuánto daría por un minuto en su mente.

El equipo perdió. Un gol de diferencia y desearía tenerla aquí para echarle en cara la lección que me tiene que tomar sí o sí, mas de tanta algarabía no recordé mi verdad. Soy un cero en la izquierda en química. Entonces, ¿qué se supone que haga en esa recuperación?

Tenté mi mente y le mencioné aquello a Mateo quien se enojó por estar apostando su partido y peor, uno que perdió. Me dijo que le preguntara si me podría ayudar con los ejercicios químicos y no me resultó mala idea. Pero joder, pensar; si en metros de distancia, si con solo imaginarla, me ganan los nervios, peor cuando la tenga a mi lado hablando tan cerca. ¿Cómo jodidos me podré incluso concentrar?

¡No, no! ¡Es que no tengo valor!

Mi cuerpo estaba relajado en la cama de mi cuarto, con la puerta cerrada por si mi madre llegaba, había silencio y creo que estaba pendiente a ese número que decía que su última conexión fue hace media hora. Respiro hondo y mi cerebro tenía una guerra interna que me ganaba lentamente.

Sí o No. Sí o No.

Al fin de cuentas no pierdo nada.

Buen día, profesora, soy Bela. Le quería pedir de favor una tutoría sobre las últimas clases que hemos visto porque se me ha complicado.

Todo.

Enviado.

Lo leo y releo, y entiendo que hablo demasiado y escribo demasiado, mis nervios, incluso en la escritura, se notan en demasía.

No me escribió enseguida y conociéndola, tampoco lo esperaba. Así que con el teléfono en el pecho, me hice bolita sonriendo como una tonta que se dio cuenta de la valentía que posee, me quedé dormida con una sensación extraña. Cuando desperté, dos horas más tarde, ella aún seguía sin conectarse. Yo me estaba debatiendo entre dejarlo ser o eliminar el mensaje ahora que tengo tiempo.

Terminé mi deberes con anticipación y pasé la tarde con mi madre viendo Netflix y comiendo helado, ninguna habló sobre estudio o trabajo. Esa era nuestra regla cuando la pasábamos juntas. Cocinamos algo rico para seguir disfrutando de la tarde y cuando ya se hizo tarde, nuestro día madre e hija acabó. La chispa en mi cerebro se prendió y recordé ansiaba de un mensaje, así que fui directo por mi celular.

Leído.

Última conexión 7:08 pm.

No pude evitar sentirme ignorada.

El día siguiente estuvo complicado. Rebecca no había asistido y su reemplazo fue un lío que si yo quería una asesoría, me sería imposible con el tipo que vino en su lugar. Y estoy furiosa. Más furiosa por ese señor que parece como si no pasara nada cuando yo mantengo una tormenta dentro por saber el motivo del cual mi profesora no está. Menos mal, nadie parecía notarlo. El día estaba igual, común y corriente, pero dónde estará ella, qué le habrá pasado, por qué no asistió. Son las preguntas que no dejo de formular en mi cabeza mirando hacia secretaría, deseosa de que su rostro aparezca por ahí, ver su silueta de lunes y que llegue a clases como costumbre: con ese airecito de superioridad que tanto me fascina si viene de mi profe. Pero no y me convenzo a mí misma de que un día sin ella, no es lo mismo. Creo entender ahora un poco o me repito que por esto no me contestó. Aunque no solo fue el lunes, fue martes, miércoles. Le pregunté a Beatriz por la profesora Rebecca e hizo una mueca de desagrado. A millas se ve que no le cae nada bien. "Tengo entendido que se fue de viaje por asuntos familiares. Tiene la semana de permiso".

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now