Tres

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Salí de aquel salón con estrés, queriendo imaginarme en mi casa con mi madre almorzando y durmiendo todo el día, aprovechando que no había deberes ni obligaciones aún. No estaba tan lejos de mi sueño. Los días vuelan, no olvidarlo.

"Profesora Rebecca, con todo el respeto, la única familia que conozco es la mía".

Me escuché en un audio, volteé y me topé al líder del grupo de fútbol de la institución: el adorable Mateo, esta escoria.

—Borra eso.

Seguimos caminando mientras se reía repitiendo el video, diciéndome que jamás lo haría. Se tomó el tiempo de pasarlo a mi WhatsApp sin siquiera habérselo pedido. Decía que en algún momento se lo iba a agradecer y que tendría que estar feliz porque la morena se fijó en mí al fin. Tarado. Sí y ahora ella me odia. Desvié esa extraña conversación que me producía disgusto para hablar de temas triviales. Él no detuvo las sonrisas. No entendía cuál era su gracia o si había dicho una broma sin percatarme, pero cuando dejé de prestar atención a sus muecas, vi que a unos metros estaba Beatriz con una gran fila de libros entre sus brazos.

—Cuánto quisiera ser un libro.

Olvidé la presencia de Mateo, mis mejillas se acaloraron, sus risas estallaron y luego sentí un golpe en mi hombro. No respondí.

—Eres bien tarada, ve y ayúdala.

—¡¿Qué?! ¡No!

Mateo me haló del brazo y me llevó hacia ella corriendo. Cada paso que daba, mis piernas flaqueaban ante el aura de la mujer.

Beatriz, qué lindo nombre. En algún momento le pregunté si hubo razón para ese nombre. Ella sonrió recordando, me confesó en voz baja, como si de un plan perverso se tratase en donde ambas éramos las organizadoras, que su madre estaba obsesionada con la historia de Jesús en Egipto. La madre de ella entonces creía que su hija cumpliría el papel de una bellísima emperatriz. Fue una de las mejores historias que había escuchado en la vida y agradecí a la madre de Beatriz por haber sido tan buena en plasmar algunas de sus creencias en su hija. "Aunque mi madre olvidó el hecho de que nací en el siglo veinte y no en la era antigua, y que tampoco soy bellísima", había dicho sonriente; quien a la edad de treinta años, me parece una mujer claramente bellísima. Nos cuenta en las clases sobre esas historias. Beatriz ama la mitología de Tauro, ama donde hay mujeres bellas e inteligentes porque se siente orgullosa de ellas, yo amo que ella no sea una mitología sino real.

—Hola, seño —saludó Mateo y no pude seguir el ritmo, se me fue la voz.

La profesora de lenguaje nos sonrió agotada como respuesta y nos regaló un brillo en esos ojos avellanas. En su frente caían algunas gotas de sudor.

—Disculpen, me están llamando.

A Beatriz le pareció rara la presencia periódica de Mateo y solo asintió, yo me quedé viendo cómo ese tarado se aleja de nosotras y se ríe en mi cara, dejando todo en plena evidencia. Después vuelvo la mirada hacia ella y la mujer me recibe sonriente, haciendo como que nada extraño ocurrió. ¡Madre Mía! Esa sonrisa es todo lo bonito que hay en el mundo.

—Am... ¿Quiere que le ayude?

—Muy amable, Bela.

Me dio más de la mitad de lo que cargaba y sí que pesaba. Aflojó cierto suspiro de alivio al sentir sus brazos más ligeros. Caminamos por la entrada en silencio y en la biblioteca empieza nuestra charla sobre el día. Me explicó que aceptó ayudar al director quien no podía cargar mucho peso por la enfermedad que estaba pasando, aunque no creyó que iban a ser demasiados libros. Ahí dentro estaba una mujer mayor con el cabello ondulado y unos lentes grandes; se saludaron como viejas amigas, preferí mantenerme al margen. Le dejamos algunos libros y luego fuimos a su oficina con los últimos que quedaban. Leí apenas en la portada un nombre escrito en latín y un dibujo de unas bestias mitológicas. Cuando notó mi repentino interés, no pensó mucho en explicarme sobre ellos diciendo que los había buscado por toda la ciudad. Me agradaba la imagen de ella desvelándose hasta terminarlos.

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now