Doce

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Sentí la piel seca y el cabello húmedo, pero no fui consciente de cuánto tiempo había pasado desde que Mateo me dejó con esa intriga molestando de forma imperdonable. Es imposible que Rebecca se haya puesto celosa, no tiene ningún motivo, al menos que se haya sentido molesta por tener a varios estudiantes cuando hace un momento disfrutaba de su soledad. También me sentiría incómoda si me sucediera.


Una chica con el cabello particular llamó mi atención, cada vez parecía querer acercarse y terminó cerca de mi zona, no la había visto en el instituto antes, así que deduje que era estudiante de la otra sede. También noté que más chicos habían llegado y por lo tanto ya había más profesores controlando. Parecía un circo de niños en una playa repleta como si fuese feriado.

—Estudiamos en el mismo colegio, ¿no? —preguntó la chica, cuyo cabello era tan rojo que parecía quemarse.

La ganas de querer echarle un balde de agua me produjo una sonrisa.

—Sí, creo.

Todavía sostengo la toalla entre mis dedos y poco me faltaba para ponerla en mi nariz. Era un pequeño recuerdo de la morena quien aún espero desilusionada a que volviera. Me la imaginé saliendo de la ducha y agarrar esta tela para secar su cabello, con razón olía muy bien; como si el perfume de coco que tanto utiliza hubiese sido regado a propósito para que justamente yo lo oliese y ella permanezca intacta en mi recuerdo. Suspiro resignada a que eso es imposible como tantas otras cosas.

La pelirroja se acomoda a mi lado tocando nuestros brazos, la cercanía me molesta un poco.

—Bien, pensaba que solo eras una chica que vino sola a la playa un jueves —dijo con ironía. Sonreí. Su sonrisa es muy pegadiza y muy bonita. Sus dientes delanteros poseían el tamaño perfecto para hacerla lucir en confianza. Aparte del cabello, la pelirroja era muy guapa, continúa—: En lo personal, no me gusta mucho la arena, el rector nos ha mandado a la playa para deshacerse de nosotros por dos días —concluyó viendo con disgusto el mar. No lo había pensado de esa manera, pero tal vez tenga razón—, y por lo que veo, tampoco es de tu agrado. ¿Te apetece ir a tomar algo en las cabañas?

No lo pensé mucho, necesitaba apartarme de esta roca.

Caminamos un poco hasta llegar a una de las cabañas más cercanas y la música sonaba desde afuera junto con las personas que sí disfrutaban de su estadía. No me quería alejar tanto del grupo porque puede que Rebecca se enoje.

—¿Y esos señores con pinta de detective son tus profesores?

Asentí viendo relajada a los docentes que conversaban y vigilaban al mismo tiempo; sentía algo de lástima porque también han de querer pasarla genial y están cuidando a jóvenes de diecisiete años como si fuesen crías y actúan como tal. Me llevé la sorpresa de que entre ellos no estaba Rebecca.

—¿Y cómo son? Lucen muy amargados.

La chica se arrima a la pared de caña cruzando sus brazos esperando nuestras bebidas, atenta a cada movimiento y palabra mía. A millas se podía ver su gusto por las mujeres. Las antenas no fallan.

—Son normales —dije usando esos monosílabos que no se me daban muy bien.

Ella vuelve a sonreír y me tomo el tiempo de verla, es increíblemente guapa, llevaba un bikini y una falda casi transparente que le cubre las piernas, y su abdomen descubierto con un poco de arena la hacían ver jodidamente buena. Tiene que tener mucha confianza para usar ese tipo de prendas y no le queda nada mal. Siempre me ha gustado admirar a las mujeres y confirmar que ellas forman parte de la increíble naturaleza.

—Qué mal, los míos son todos geniales, en serio. Ellos me permitieron llevar el cabello rojo. Digamos que son... muy liberales.

—Qué bueno. —Le sonreí—. Si yo llevase el cabello así, sería expulsión inmediata.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora