Dieciocho

9.7K 630 80
                                    

—¡Cállate! —le reprendo en voz baja mientras memorizo rápidamente las familias.

Iba a ser una completa pérdida de tiempo, es imposible que se me queden esas decenas de familias en el cerebro. No creía que esa morena me haya dado tremenda paliza. Nunca volveré a eludirla y lamento haberlo hecho.

—¿Pero qué haces? —pregunta el castaño sorprendido por mi incipiente estudio.

—Rebecca nos tomará una evaluación hoy —confieso—, no quiero tener otro cuatro.

Mateo me mira con gracia mientras negaba.

—Es imposible, Bela. Apenas nos ha dado como tres clases y todas han sido de introducción.

Dejé de repasar la tabla periódica y compruebo con el cuaderno que mi amigo tiene toda la razón. ¡Es verdad, es imposible que nos tome una lección!

—Solo quería fregarme.

Él asiente, denota mi coraje y prefiere no hacer comentarios. Es indescifrable la actitud de esa mujer.

Traté de calmarme y no gritar el malestar que llevaba dentro por respeto. Detesto química, lo juro, haber estudiado bastante para que no tomara ninguna puta lección es realmente... ¡Ahgr!

—¿Ya tienes el libro?

—Sí —respondo de mala gana.

Le muestro el libro de Bécquer y, aunque no sepa absolutamente nada sobre el contenido, esboza una sonrisa.

—¡Genial, ya tenemos libro!

—Ni lo pienses. Si quieres un libro, ve y búscalo.

Volví a guardar el libro en mi maleta.  Recuerdo perfectamente cuando Mateo me rechazó.

—Orgullosa —me dice ofendido.

Ignoré su despectivo adjetivo guardando la bendita hoja en mi cartuchera. El día pasó lento, tortuoso y aburrido. Los profesores parecían estar con el mismo ánimo de mierda y hasta me llegué a dormir en unas horas. Cuando tocó el timbre de receso, prácticamente me estaba limpiando las babas que había derramado por estar con mi querido Morfeo; pero por ahí dicen, todo lo malo tiene su lado bueno, me topé con Beatriz quien no se decidía qué comprar en el escaso menú del bar y le he invitado un refresco. Parecía no estar ocupada así que me la pasé hablando con ella, de otra manera, ya no tenía tantos nervios y le podía ver a los ojos. No sabía que su compañía puede ser una buena estrategia para despejarme, no hasta este momento.

—¿Y cómo está tu mamá?

Suspiro y me tomo un tiempo antes de hablar. Mi madre puede aparentar fortaleza, felicidad, pero se derrumba cuando está sola y no hay quién la saque de ese hoyo.

—Sigue en lo suyo, es como que... no haya pasado mucho desde lo sucedido.

Beatriz comprende la situación y en mis cortas palabras analiza que no topar el tema sería lo mejor, no me gusta mascullar mucho sobre la relación de mi madre con el infeliz de mi progenitor, también termina afectándome por recordar todo ese abuso vivida en mi niñez.

—Entiendo. —Asiente sin poner una cara de pena o de lástima, fue excelente quedarse en silencio mientras dejábamos pasar el tiempo. Por eso me encanta estar con ella, hace que las cosas difíciles se vean fáciles por un breve período—. ¿Y tú cómo estás?

—Bien —respondo y me castigo por estar usando monosílabos que no me pertenecen.

La profesora sonríe.

—¿Ese bien es de estar bien o es un bien que los adolescentes usan cuando no quieren hablar?

Reí. Cómo me va a preguntar eso si siempre estaré dispuesta a conversar con ella y decirle todo lo que quiera escuchar. Mas reflexiono la situación: ¿Cómo estoy realmente? ¿Bien define correctamente el océano de dudas que crece en mi pecho y se muere entre mis labios al querer salir?

Alguien Tenía Que Aprender.Where stories live. Discover now