Cincuenta Y Cuatro

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Déjame mostrarte que no soy una niña, parecía retumbar la frase en su mente, sus ojos se perdieron y en vez de apagarse, aparece el brillo que tanto me gusta en ella porque me refleja su versión más arriesgada. Una Rebecca deseosa por probar nuevas cosas. Un par de pestañeos la trajo de vuelta a mis brazos. Sonreí, es cierto, no es un sueño en la que se ha quedado cautivada ni dormida. Estoy aquí, frente a ella, con marcas en mi cuerpo y las recorre con su mirada, luego con sus dedos las toca y las acaricia. Traga con fuerza y presiona la mandíbula. Vuelve su mirada a mis ojos y la recibo con paciencia sin que aquella llama se extinguiera. Le sonrío provocando que se muerda los labios y en un arranque del tiempo, se deshace por sí sola de su camiseta sonriéndome también, diciéndome: Si nos vamos a quemar, incendiemos todo el lugar, incentivándome más, activando la bomba que pedía a gritos estallar.

Rebecca nunca fue de medios.

Y estallé, pero entre sus labios, de golpe, con fuerzas porque ninguna cree en el touché de cuentos y lo teníamos muy claro. Nos queríamos, nos deseábamos. Nos estábamos besando con la misma intensidad que esa noche donde nuestro instinto salió a escandalizarnos y alborotarnos, pero esta vez, teníamos la intensión de darnos un buen final. Eso que nos merecemos es una buena recompensa por el tiempo de espera.

Acercó mi cuerpo al suyo para sentirme más real que nunca, para darse cuenta de que el cuerpo de la chiquilla ha crecido y no está mal hacerle sentir sensaciones diferentes. Sus manos hacen señales en mi cintura, arañando y enterrando sus uñas rojas con las cuales ya había tonteado varias noches en su nombre. Sin ocultar el deseo (porque a ella no se le oculta este tipo de sonidos), gimo su nombre y sus uñas se clavan aún más doliendo.

Un gemido de dolor y placer pareció que le cautivó. Sus manos suben y se entrelazan por mi cuello atrayéndome. Mi lengua pasa de travesía en travesía, de locura en locura, de sensaciones por sensaciones que me desubican y me tiran a la odisea donde por ella estoy feliz, ávida, ansiosa. Su lengua caliente, luego sus dientes aprisionando mi labio y luego otra vez, su lengua me deja en desventaja. Toda ella me tiene a niveles bajos.

Cuando me sacié de su boca, bajo por su cuello, lo huelo, lo humedezco y lo pruebo deleitándome con ese sabor de coco impregnado en la morena. Tira su cabeza para atrás mientras que sus movimientos corporales, queriendo hacer inconscientemente fricción con nuestras pelvis, produjo en mí las ganas sobrenaturales de deshacerme de su ropa y de besarla, de moderla toda. Jurarle entre dientes que no importa quién haya estado antes, ella no me olvidará jamás; que si la beso como antes la han besado, al día siguiente no me recordaría, pero si la muerdo, si clavo mis dientes en su tejido moreno, si le marco la piel dejando rastros de lamidas y mordidas, si pinto un camino que la guíe a mí en el cual Rebecca fácilmente podrá verlo luego, si entre risas le hablo mientras la recorro, mientras mi boca choca contra ella dirigiéndose al sur, entonces por fin, la mujer en la que me he convertido la saciaría por completo, entonces así nunca me olvidaría. Ese es el objetivo.

Pero Rebecca me detiene, sus ojos están más oscuros que nunca, alza mi mentón para que, a obligadas, la mirase prestándole la mayor atención posible; y como si leyese mis pensamientos y supiera qué es lo que me detiene, ella me sonríe haciendo a mis pobres piernas temblar de agonía quebrantable.

—Hazlo, muérdeme —pide.

Porque sí quiere que un camino la guíe hacia a mí en un futuro.

Con su voz más grave y clara que nunca pareciera que se me han abierto las puertas del cielo para entrar y al mismo tiempo, me han puesto una trampa para que al primer movimiento en falso, para que al primer suspiro de placer que salga de cualquiera de las dos, vaya directamente al infierno, mas las sonrisas pícaras que en ese momento nos delataba, gritaba en silencio que no nos importaba quemarnos si se trataba de tocarnos con las ganas del universo entero. Que hasta los ángeles y demonios estaban a favor nuestro y se alegran de nuestro triunfal reencuentro.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora