Veintitrés

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Hubo un momento en el que no distinguía la realidad corporal con la ficción debido a esta escena: creerme la súper heroína de una mujer que quizá no necesita de mi ayuda, me ha llevado al punto máximo. ¿Quién soy? ¿Quién demonios me creo ser? Pero no había marcha atrás o de eso me convencía para no acobardarme estando tan cerca. Una vez leí una reflexión sobre arriesgarse, aunque sea por lo más tonto; las mentes flexibles amoldan la situación y ofrecen soluciones y salidas, se acoplan. ¿Era esta mi situación?

Riso, ahora no te veo servible. ¡Estás loco, hombre! ¡Y más loca yo que te hago caso!

Okay, lo tengo todo clarísimo: llego, le digo hola y así, lo dejo fluir. Fácil. Vamos que si me funciona con Beatriz, ¿por qué no con Rebecca?

Ahí estaba yo a unos metros de distancia de la melena negra que cae en puntas como mis nervios a flor de piel, y sus piernas, piel de flores, en cambio arropadas por un nylon negro que reflejaba el estilo sexy de esa mujer, y el viento favoreciéndole en cada invisible movimiento, como estrella, brilla ante la intensa mirada que le puedo ofrecer, ella brilla para yo poder guiarme. Y la información generada sobre nuestra cortita plática se echó a perder, he olvidado todo lo que iba a decir. Estar aquí ya me resulta estulto.

Veo que tira al suelo el cigarrillo y esconde el celular en el misterio que su cartera posee mientras su pie lo hace trocitos en el suelo.

Da vuelta y las palabras se me esfuman, y la respiración se me corta por ese cansado rostro que a pesar de algunas marcas, sigue siendo muy hermoso, uno que deja sin aliento. Si la imagen por detrás era hermosa, la de adelante simplemente no tiene descripción. Lo único que choca contra mí es un intenso café que por un momento deseé con tantas fuerzas que se convirtiera en exilir y fluyera en mis labios, mas lo único que estos pudieron ofrecerme fue frialdad y, por más normal que sea, hizo a mi corazón encogerse. Pero qué dolor tan placentero si se trata de la profesora.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mesurada, viendo para ambos lados como si temiera de repente que terceros la hayan visto romper las reglas.

Mi boca pareció coserse por sí sola y el dolor también me hacía sentir sola. ¿He hecho algo mal?

—Bela, te pregunté.

Dio unos amenazantes pasos y mi cuerpo tembló ante la energía que manifestó el suyo. ¡Tanta mujer, Dios mío, tanta mujer!

¿Qué estaba haciendo aquí? Pregunta. No tengo la menor idea, pero es que últimamente no he querido alejarme mucho.

Bajé la mirada, muda, pasando en puntillas sobre el contexto de su pregunta porque sentía que la suya me quería quemar viva; por su parte, la profesora cruza los brazos mirando expectante a la criatura en frente.

—Bueno, yo... la he visto casi toda la semana. No, no es que le he visto toda la semana... —¡Joder, joder, joder!—. Mejor dicho, me refiero, usted...

Ella niega con la cabeza, me enseña su palma para detenerme y con el gesto marcado indicándome que no comprende nada todavía.

—Señorita West, ¿qué hace aquí?

Y aquella pregunta formulada dos veces me hizo recapacitar, en serio me estaba luciendo frente a ella, una completa y verdadera tarada. Lamento decepcionarme, pero no puedo. Un temblar en mis rodillas y esta llegó a mi rostro: un globo impactó en mis narices y desplomó un rojo vivo en mis mejillas.

—Disculpe, no quería molestarla.

Me di la vuelta tratando de salir y evitar a toda costa su rechazo, pero como si no fuera suficiente, gracias a los astros que me recalcan ignorante y los nervios que nunca son mis aliados, hacen confundir a mis piernas y en pasos largos que habitualmente doy, se enredan y se golpean contra el pavimento, hasta que siento el comienzo de alguna abertura. Arde.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora