Quince

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—¡Joder, pero qué noche!

Mateo entró a mi cuarto gritando emocionado, haciendo que la puerta se golpeé contra la pared abruptamente y me levante de un susto cuando estaba a punto de dormir. No tengo ánimos para escuchar sus cosas y peor para estar soportando las historias eróticas de ese castaño. Lo miro somnolienta, cabreada. Él ni lo nota.

—Mateo, ¿dónde está tu habitación?

—A lado, ¿por?

Cínico de mierda.

—¿Cómo puedes entrar a mi cuarto?

Él se ríe por dos minutos exactos.

—Eres tan bobita que no cierras la puerta con seguro, mija.

—Bueno, ¿entonces no te molesta ir a tu habitación? Son prácticamente las doce de la noche y necesito descansar, estoy realmente agotada.

La pelirroja pasa por mi mente enseguida, luego la morena que me tiene en la imperturbabilidad extrema cansándome la mente. No sé quién pesa más en la consciencia: si la estupidez que hice con esa chica borracha quien en un cerrar de ojos, le regalé mi virginidad o lo tortuosa que se vuelve esa pelinegra cuando me reclama sin derecho.

Me hallé perdida con las manos cubriéndome la cara.

—Okay. —Se pone de pie mirándome mal, al parecer todos decidieron estar mareados hoy y justamente ayer, yo hice el ridículo sola—. Ni siquiera la de química me ha dicho nada y tú te pones histérica.

Ese nombre nuevamente se lleva toda pizca de atención, detuve enseguida a mi amigo, quien se veía con el ego atacado al ser echado de la pieza. Él paró en seco antes de cruzar la puerta y dejarme todo oscuro con la duda en la cabeza.

—¿Has visto a Rebecca? —pregunté; cruzó los brazos cerrando sus ojos al asentir—. ¿Dónde?

—Bueno, Bela Estefanía, son prácticamente las doce de la noche y necesito descansar. Te cuento mañana.

—Mateo, por favor.

—Ahora que lo dices... —Y como si fuera de doble personalidad, su actitud ante el tema cambia poniéndole toda la atención posible. Su rostro refleja curiosidad y continúa—: Nunca hemos visto a Rebecca con otra ropa que no sea el uniforme de trabajo —sonríe pervertido. ¡Mierda, es un niño todavía! Le lancé una almohada y me dejé caer en la cama resignada—. Vamos, hay que admitirlo, a pesar de tener cuarenta, está muy buena.

Me devuelve la almohada y en un solo tiro me cae en toda la cara, no intenté incluso ni de esquivarla. Si supiera que se equivoca en tantas cosas: yo la había visto antes con otra ropa y estaba magnifica; no tiene cuarenta, apenas cumple treinta ocho y me dediqué en darle un hermoso regalo, pero parece que no ha importado mucho porque ella prefirió salir con un tipejo que conoció apenas ayer; en efecto, gracias a lo tontísima que soy, perdí la virginidad con una borracha que también conocí apenas ayer.

—¿Te ha dicho algo? —pregunté.

—No, solo me miró muy feo porque estaba entrando aquí y entró a su cuarto.

Hace una mueca de desaprobación y le creí. No me estaba mintiendo, es que me es difícil de creer cuando se trata de ella.

—¿Qué pasó? —pregunta ahora él—. ¿Pasó algo que no me has contado, Bel?

Me puse de pie, halé su cuerpo de la puerta para cerrarla y prendí el foco, necesitaba ponerlo al día con algunas cosas. Asiento a su pregunta y Mateo deja de estar hecho el bobo resentido porque el ambiente se puso pesado.

—Está rara —comienzo, pero me corrijo enseguida—, o creo que yo estoy rara. Mierda, no lo sé, pero lo que sí sé es que me estoy ilusionando demasiado con ella. Se supone que es la mala, que da clases de química, se supone que yo odie la química; pero no dejo de verla, me resulta imposible no hacerlo, en receso, en formación, aquí. De repente, me entró interés por la química y me encuentro estudiando la materia. Quiero tener su atención en todo lugar. No puedo verla con ese tipo que conoció que resulta que también es profesor, que la invita a salir y ella acepta.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora